martes, enero 10, 2012

Cercanía sin permisividad


No hace mucho ocurrió un lamentable hecho en la selección chilena de fútbol: cinco de sus más prestigiosos jugadores llegaron tarde a la concentración y completamente borrachos. Los medios de comunicación lo comentaron a los cuatro vientos y el entrenador Claudio Borghi los separó del equipo sin vacilar. Inmediatamente la prensa y el humor popular empezaron a hablar del “drink team”. Hasta aquí los hechos.

A lo pocos días uno de mis coachees preguntaba mi opinión a través de un mail en el que planteaba “Estoy viendo las reacciones de los hinchas en las redes y el trasfondo es el estilo de liderazgo del entrenador Borghi. Al parecer es un estilo cercano, permisivo, etc. Se discute si debe ser amigo o no de los jugadores. ¿Qué piensas tú?”

En algunas de las consultorías sobre estilo directivo se plantea este dilema que parte de un error de fondo y es confundir la cercanía con la permisividad.

Por eso me parece oportuno dedicar la columna de este mes, en el que acaba el 2.011, para plantear un punto de vista en el que cercanía y permisividad no es que sean similares, sino que son opuestos.

Creo en el liderazgo que postula la cercanía, porque está basado en la emoción más cohesionadora que es la del amor, en la cercanía las personas se sienten vistas, reconocidas, encuentran el espacio para el desarrollo de sus talentos y para dar lo mejor de sí mismos. Cuando soy cercano a una idea que me representa, a un proyecto en el que creo, a una persona que me respeta y me inspira, estoy dispuesto a comprometer mi esfuerzo y mi talento.


Por el contrario considero que la permisividad logra lo opuesto. Somos permisivos cuando aceptamos que las personas o nosotros mismos vulneremos reglas, valores o acuerdos sin que tenga ningún costo para el que vulnera y curiosamente eso lo que produce es un alto costo para los equipos y el sistema:

1.    Por la injusticia que supone respecto a quienes cumplen con ellos.
2.    Por la desvalorización de los propios valores, compromisos o reglas.
3.    Porque implica que las conductas que decíamos deseables no lo son tanto y se constituye así en una incoherencia que fomenta un incentivo perverso.

Es decir con la cercanía logramos compromiso y con la permisividad desafección ¿Por qué entonces los confundimos? En mi opinión porque prevalece la falta de valentía para mantener nuestras propias creencias y la coherencia de nuestro pensamiento sobre la responsabilidad del amor, el respecto y el afecto. Dicho de otra manera no tenemos el valor de asumir el costo emocional de tomar decisiones firmes

Sabemos que subvencionar comportamientos transgresores del consenso valórico y místico de un equipo es la peor manera de evitar la transferencia de responsabilidad que lleva al hacerse cargo y dar cuenta de las propias acciones, pero nos falta coraje.

No sé cuál es el estilo de Claudio Borghi, pero si creo que cuando en las organizaciones ponemos al mismo nivel cercanía y permisividad, podemos estar legitimando el autoritarismo que castra las posibilidades de desarrollo y hace que los empleados tiendan a comportarse como individualidades enfocadas (legítimamente, por cierto) en sus propios intereses, en vez de miembros de una comunidad de propósitos que buscan la excelencia ¿Qué elegimos?

Una vez más debo recurrir a san Ignacio de Loyola y su propuesta de una dualidad posible: “Firme en el fondo y suaves en la forma”, que implica salvaguardar la defensa de nuestros compromisos, nuestras reglas y nuestros valores con un estilo que haga que la cercanía fomente una excelencia cálida. “Suaviter in modo, ortiter in re”, para que nuestros finales no vayan en contra de nuestros principios

domingo, enero 08, 2012

Altos vuelos, de un país a otro, de la novela al coaching

VUELO DE IDA
Termino minutas de mis últimos coaching, es parte de mi metodología que cada vez reafirmo más. Mezclo esta actividad laboriosa con saltos a los cuentos de mi compañero de escritura Egon Álvarez, recogidos en el “El show de los incompletos”. Leo cuento a cuento, me tomo pausas para que se posen en mi memoria

¿No somos todos incompletos? ¿No es ese el drama? ¿No es la búsqueda más profunda? ¿No vendrá la serenidad de la aceptación de la incompletitud? ¿No son los otros “aquello” que nos falta?.

Dejo que mi mente se llene de las rarezas de estos cuentos, que convivan con pensamientos felices y sonrisas. Imagino  la voz de Laura, su alegría prístina, el viaje previsto con mis hijos, una copa de vino en el bar de un pueblo perdido de Euskadi, refugiados del frío de Enero o de la lluvia del Norte. 

El avión ya está en suelo español, siento el latir de mi corazón en una vida plena, que sin embargo puedo seguir construyendo cada día. Siento los contrarios que me habitan, este deseo de escribir y la falta de ansiedad por no hacerlo 

VIAJE DE VUELTA

Fugaces han pasado los días que eran imprecisos, intensos los días que líneas arriba eran deseados. Fue hermoso estar juntos. Ahora este pensamiento convive con la idea de que el novelista ingenuo (siguiendo la interpretación de Pamuk, que, a su ve, sigue a Schiller) cree que lo que ve y relata es la verdad, y eso puede llevarlo a estar profundamente errado, pero a la vez su obra puede ser admirable, fácil, poética, creativa. La duda permite la búsqueda y el descubrimiento. La certeza genera poesía cuando está contada con el corazón.

Abordo cada sesión de coaching pensando que cada palabra tiene significado, que cada expresión del coachee puede llevarme al centro de un motor de conductas. Esa forma de estar alerta es decisiva. Hoy además relaciono que buena parte de lo que experimento al hacer coaching tiene que ver con mi vocación de novelista, con el narrador de historias inventadas que hay en mi y siguiendo lo que dice Orhan Pamuk en su último libro El novelista ingenuo y el sentimental  “lo que distingue a las novelas de otras narraciones literarias es que tienen un centro secreto”. Es la búsqueda del centro secreto la que  genera una intimidad entre el escritor y el lector que tiene puntos de conexión con la que ocurre entre coach y coachee.

Pamuk dice algo más profundamente interesante, y es que el buen novelista no es el que hace juicios sobre sus personajes, sino el que trata de entenderlos, por eso la lectura de una novela no es una experiencia moral, sino de inmersión en un mundo ajeno que vamos co-creando a través de la adjudicación de posibles significados, de entendimientos en un espacio de amoralidad. Otro punto de similitud con el coaching.

El coaching, sin embargo, se diferencia de la novela, en que lo más importante no es la experiencia del lector, sino el mundo de posibilidades que se abre para lo leído, a partir de la interacción que se produce en esa íntima conversación entre el coach y el coachee. Es el diseño de ese espacio conversacional el que permite que aparezcan significados que de otra manera no aparecerían. No ocurriría en una interpretación racional, tampoco en una simple lectura emocional, hace falta el encuentro, la respiración acompasada pero diferente, la alquimia de lo amorosamente distinto para que aparezca un producto, un ser que antes no estaba.


Ese me parece el centro del coaching, como en la novela según Pamuk “este centro, que perseguimos palabra por palabra, se encuentra lejos de la superficie de la novela. Imaginamos que está en algún lugar del fondo, invisible, difícil de trazar, esquivo, casi dinámico (…) conecta todos los detalles de la novela, todo aquello  que encontramos en la superficie del amplio paisaje”. Ni siquiera sabemos si ese centro estaba antes o lo hemos constituido en un camino trazado en la aventura de dialogar buscándonos a nosotros mismos y a la vida que queremos vivir.

Conectar estos puntos es mi desafío