viernes, enero 12, 2007

LA GENTIL IRREVERENCIA

Hace unos días usé la foto de un perro y un niño para hablar de coaching. Cuando la elegí pensaba escribir unas palabras sobre el motivo de la elección. Finalmente el discurso y el tiempo pudieron más que el propósito.

Las escribo ahora: al verla, me imaginé dos arquetipos ideales: el coachee como el niño dispuesto al asombro, dispuesto a la experiencia del juego de conversar, a la autenticidad, al encuentro, el niño que busca, experimenta, quiere aprender, está construyendo su vida.

Me imaginé al coach como el perro que lo cuida, que es guardián y compañero, que está pendiente de las emociones y el contexto, que no tiene por qué acomodarse al ritmo del niño, que incluso puede con su peso voltearlo. Los dos saben, sin embargo, que están en un juego leal.

Probablemente la relación de coaching sea más compleja, pero eso es lo que me produjo la foto. Podría haber puesto la del Programa de los personajes interiores de Eduardo Yentzen: la oveja y el lobo amartelados.

Todo esto lo digo porque Iris, a quien sólo conozco a través de esta relación internauta, primero en un comment reciente a mi post (no tan reciente: 13 de septiembre del 2005) “Escuchar al otro cuando escuchas la historia que cuenta”, y después en un mail directo me muestra su interés por conocer hasta donde puede llegar la gentil irreverencia. En qué punto deja de ser gentil, cuándo, el juego del perro hiere al niño.

No sé, Iris, supongo que la medida la pone cada uno, que nuestras pieles tienen distintas sensibilidades y una capacidad del coach es advertir donde está esa frontera, hasta que lugar puede entrar sin causar daño a la relación o a la identidad del coachee. Cosa distinta es que su intervención sea dolorosa, con ese dolor del que aprendemos, que es tan necesario para el crecimiento, como lo es el dolor del parir para que surja la vida.

Respondiendo desde mi experiencia, sin suscribir teoría alguna, pienso que la irreverencia es gentil, cuando el coachee en todo momento siente que es querido, que no hay desprecio, que la dureza del coach no afecta a una relación de respeto. La irreverencia, en la semiótica que estamos empleando, no es sinónimo de falta de respeto. Podría traducirse en "Porque te respeto te hago notar que no compro tu interpretación, que creo que estás autoengañándote"

¿Puede esto llevarse a reglas? Puede ser que no. Me haces pensar, eso sí, en las prácticas que yo uso. Las anoto en un cuaderno:

  • Pido permiso para expresar una opinión que puede sonar dura
  • Manifiesto explícitamente mi respeto o mi afecto y el contexto en el que digo lo que digo
  • Pongo especial cuidado en lo no verbal. Evito que el tono se superponga al contenido. Vuelvo a citar a los jesuitas: “Firme en el fondo, suave en la forma”
  • Uso preguntas para dar la oportunidad de cambiar una declaración ¿Estás seguro que es ese el fondo de la cuestión? ¿Es realmente eso lo que quieres decirme?
  • Trato de inducir ¿Y no puede ser que… y estés evitando enfrentarte a...?
  • No hago juicios pero expreso lo que me pasa al oir al otro, lo expreso como una sensación que me lleva a no comprar la interpretación, a no creer que ese sea el verdadero fondo del problema, pregunto incluso: ¿Puede que esta misma sensación la tengan otros que te escuchan? para que el coachee se enfrente a lo que producen sus palabras.



Lo último que quiero decirte es que no creo que el coaching sea una actividad para ejercer en público y que lo que he dicho es para conversaciones privadas coach-coachee.