El discurso de la filosofía y la ciencia
va configurando un mundo interconectado y sistémico. Hoy es común escuchar que
somos Parte y Todo, al mismo tiempo. Esto me lleva a considerar dónde empieza y
termina el espacio de nuestra responsabilidad y al pensar en la tarea de dirigir, me pregunto a qué nos comprometemos
cuando aceptamos esa responsabilidad.
Puede ser que tomar una posición de
mando intermedio sólo nos lleve a pensar que esa responsabilidad se limita a
asegurar que ciertas tareas se realicen con eficiencia o que se logren ciertos
resultados acotados y concretos, sin embargo desde el momento de la aceptación,
incluso de una posición como esa, formamos parte de una cultura que reforzamos
o que colaboramos a cambiar, aumentamos nuestro ámbito de influencia en otras
personas, tenemos la oportunidad de modelar y de ser referentes. No es, por
tanto, una responsabilidad menor. Tal vez no
sea visible para quien la acepta, pero ahí está.
Leía recientemente un artículo de Adela Cortina, catedrática de
Ética y Filosofía Política de la Universidad de Valencia, a quien sigo desde
que en 1.991 leí su libro “Ética sin moral”. En el artículo se refiere al
filósofo MacIntyre cuando decía “que se puede detectar
la moral distintiva de una época y lugar a través de sus personajes
morales”.
Es decir aquellos que se convierten en arquetipos morales de una época, país, comunidad o empresa y desde luego no se refiere a quienes mantienen prácticas de buena ética, sino a los que desde una moral determinada logran ser modelos de éxito social.
Hoy precisamente nuestra sociedad
se enfrenta a una crisis cuando sus personajes morales, los que triunfan, son
cantantes, futbolistas, empresarios que juegan con las finanzas, políticos
corruptos, narcos, religiosos pederastas y se produce un descrédito de las
instituciones que habían permitido durante una época construir un equilibrio
social de progreso.
Tengo el mayor respeto por los cantantes
y los futbolistas, por cierto, los expongo exclusivamente porque son referentes
para las nuevas generaciones. Hay muchos más jóvenes que quieren ser Alexis
Sánchez o Nadal, que los que quieren ser médicos sin fronteras. En estos casos
podemos rescatar al menos el valor del esfuerzo y la superación personal.
¿Quiénes son los personajes morales de
las organizaciones en los que trabajamos, quienes son aquellos que se convierten en el modelo
de éxito? ¿Los directivos que mantienen fuertes principios éticos? ¿Los que se
dedican al desarrollo del talento de sus colaboradores? o ¿Los que se especializan en trepar dejando los muertos
en el camino que sean necesarios para lograr sus objetivos?
Precisamente
porque vivimos una época especialmente crítica, coincido con Adela Cortina en que es necesario que emerja la conciencia en quienes tienen
responsabilidades de dirigir, de convertirse en personajes morales que
reinspiren a los ciudadanos en el caso de los políticos y los empresarios y que
inspiren a los empleados, en el caso de los directivos en cualquiera de sus
niveles en la jerarquía organizacional. Es necesario, para ello un nuevo relato
del éxito y ese relato se construye en la interacción que se da en todos los
espacios en los que las personas nos relacionamos, las organizaciones son uno
de los más importantes, en ellas pasamos muchas horas de nuestra vida y en
ellas quienes dirigen tienen mayor posibilidad de poner temas, discursos,
ideas, objetivos, prácticas sobre la hipotética mesa alrededor de la que
discurrimos.
Invito por eso a preguntarse ¿Qué
personaje moral estoy siendo? O como planteo en mis talleres de liderazgo ¿En
qué soy ejemplo? ¿Qué hay en mi conducta que quisiera que fuera imitable? Lo
escribo porque quiero que para mí mismo sea un tema central en mi rol de coach
y porque los relatos empiezan en muchas partes y propagarlos es tarea de todos.