viernes, abril 08, 2016

Coaching al Postconflicto

“Cuando tenemos un conflicto tenemos un problema”, pero nosotros los coaches sabemos que es importante profundizar en las distinciones y siendo aceptado lo anterior en el lenguaje coloquial, conflicto y problema no son lo mismo.

Si indagamos más sobre lo que es un problema, llegamos a la idea de una proposición difícil, algo ante lo que no tenemos una respuesta en nuestra habitualidad, pero que con cierto esfuerzo y/o apoyo podemos llegar a solucionar. Tenemos muchos problemas en la vida.

Cuando hablamos de conflicto, ya la primera acepción del diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE) nos sitúa en “Combate, lucha, pelea” y si vemos su acepción psicológica se define como “Coexistencia de tendencias contradictorias en el individuo, capaces de generar angustia y trastornos neuróticos”. Hay algo que inmediatamente salta a la vista y es que cuando hablamos de conflictos, la emocionalidad está presente. Más que un desafío para nuestra racionalidad se plantea un desafío para la gestión de nuestras emociones y nuestros sentimientos.

Si pensamos en un individuo colectivo como puede ser una nación y esa nación es Colombia, rápidamente nos situaremos en lo que los colombianos denominan el Postconflicto, ese momento negociador, aparentemente más fácil, que hoy les preocupa y que es el centro de las conversaciones nacionales, después de que pareciera haberse detenido el Conflicto con mayúscula, el de la lucha armada contra las guerrillas, los rebeldes según algunos o los terroristas según otros (ya vamos viendo qué observadores tan distintos de la realidad son quienes utilizan estos calificativos), el conflicto que ha mantenido al país durante más de 50 años en un estado de alta inseguridad y violencia.

Hago aquí un alto en el camino para plantear el propósito de este artículo, no siendo yo un comentarista político (por mucho que me interese la Política), ni un especialista en la solución de conflictos armados (por mucho que me “rearmen” los conflictos) ¿Cuál es entonces? Llamar la atención sobre las posibilidades que actores como los coaches pueden tener para favorecer el manejo del postconflicto a través del acompañamiento y el diseño de escenarios en los que una situación como la que vive Colombia (y por cierto otros países) pueda ser abordada de formas diferentes y más favorables para encontrar la ansiada Paz.

Basta con leer las declaraciones del Presidente Juan Manuel Santos al diario al País del 13 de marzo de este año, diez días antes de que se incumpliera el plazo que el Gobierno y las FARC se habían dado para firmar el acuerdo de Paz y las que a ese mismo diario dio el exPresidente Álvaro Uribe, 7 días después del plazo incumplido. El primero defendiendo el diálogo que su Gobierno ha impulsado, el segundo considerándolo una concesión que vulnera los principios sociales más elementales y que podría haber resuelto así  Andrés Pastrana en el año 2000 cuando era Presidente de Colombia. Sin duda revelan dos visiones muy distintas del proceso y sus soluciones desde la que podríamos llamar la Sociedad Civil ¿No quieren entonces lo mismo los colombianos que dicen querer esa Paz? ¿Qué está pasando?


En palabras del Presidente Santos “Liderar un país en guerra es relativamente fácil. Uno muestra los trofeos, la gente aplaude y se mantiene popular. Hoy es más difícil porque hay que cambiar los sentimientos de la gente, las percepciones, enseñar que en vez de clamar venganza hay que aprender a perdonar”.

No cabe duda de que el perdón es un requisito, porque de lo que se trata es de iniciar una nueva etapa de convivencia, la conversación mayor es la de construir un nuevo proyecto de país ¿Se está hablando de eso? Es posible que para muchos esa conversación aún no sea posible porque no han llegado a ese perdón y desde el odio, desde el rencor y la desconfianza los seres humanos no construimos. Aparece aquí un espacio interesante de articulación de conversaciones que tienen otro cariz y van más allá de los simples términos de una negociación que ponga punto final a un estado del que decimos querer salir.

Pero salir implica saber hacia dónde ir, significa tener una Visión común y un proyecto que la haga viable. Está bien haber avanzado en acuerdos de desarrollo rural, de participación política y condena y erradicación del narcotráfico. Ha sido valioso llegar al acuerdo de las víctimas. Es bueno que se siga avanzando en acuerdos sobre la aprobación de zonas de desmovilización, desarme y reintegro a la vida civil, pero no podemos olvidar dos aspectos íntimamente relacionados. El primero es que los conflictos que sin duda son desagradables para quien está en ellos, a la vez están sostenidos por algo, de alguna forma dan sentido a quienes los mantienen en la medida en que se sienten defendiendo un interés, una causa, una ideología y desde esa defensa han construido su identidad.

Sólo se puede avanzar sosteniblemente cuando somos capaces de recuperar la
sensación de tener un nuevo sentido en la también nueva situación que vamos a vivir ¿Cuál es el sentido para los miembros de la guerrilla? ¿Cuál el sentido para los colombianos que han sido victimas de la situación? ¿Con qué dignidad van a sentirse unos y otros a partir de la Paz negociada? Si esto no está resuelto no deberíamos olvidar entonces que los sistemas tienden a permanecer, porque de alguna forma junto a sus inconvenientes mantenían un equilibrio que justificaba los roles que las partes estaban teniendo.

Se abre, por tanto, la gran conversación social de cuáles son los valores que vamos a privilegiar. He sostenido muchas veces que siendo defendibles todos los valores, no siempre es posible considerarlos de igual importancia en un momento concreto de la sociedad y es necesario elegir cuáles privilegiar. En este momento Colombia tiene que optar por poner por delante el valor de la Convivencia en Paz o el de la Justicia hasta sus últimas consecuencias. Decisiones como las de una Justicia transitoria dan cuenta de una de las opciones.

Podemos entender la frustración de quienes se sitúen en la posición del rigor de una Justicia absoluta, desde su óptica las negociaciones suponen una puerta a la impunidad. Podemos entender la posición de quienes quieren ante todo una Colombia que construya un futuro de convivencia de ciudadanos que hayan quitado el odio de sus corazones, para ellos no abrir la puerta a un avance mayor supone negarse a una auténtica reconciliación.

Lo planteo de esta manera para dejar entrever la existencia de un contexto donde el diseño de conversaciones diferentes y su articulación constituye un “servicio” relevante, tanto en su perspectiva colectiva, como en su dimensión individual. Es más, entiendo que es la forma de salir de las posiciones que aún mantienen una relación de lejanía sin armas, pero con la potencialidad de volver a cargarse.

Me viene a la memoria la frase que empañó de cierto desencanto el proceso de transición a la democracia de mi país: España. Una transición que tuvo fases y aspectos modélicos, sin embargo ante las dificultades para renovar el sentido en el marco de un nuevo proyecto común, llegamos a acuñar el dicho “Contra Franco vivíamos mejor”. Es decir, contra el dictador teníamos un propósito claro que nos unía ¿Qué nos falta ahora cuando el camino parece pavimentado para dirigirnos a un futuro mejor? Simplemente que las partes privilegiaron sus propios intereses a los de una idea de País que recogiese claramente la intersección de la mayoría de los anhelos.

¿Cuál es el proyecto de Colombia para el siglo 21? ¿A qué anhelos hay que dar respuesta? ¿Sobre que bases mínimas hay que conversar? Esta es una tarea en que los coaches pueden encontrar cauce para entregar valor social, abriendo las preguntas sobre los núcleos de sentido que hay detrás de la negociación y del futuro que propone, mas allá de los problemas del presente.

Y no quiero referirme sólo al fondo de las mismas, siendo este aspecto central, sino también a la forma humana en la que se realicen. Cabe citar a William Ury, uno de los tres creadores del llamado Método de Harvard de negociación (ganar-ganar) cuando decía que el 10% de las dificultades para el acuerdo está en las diferencias de fondo y el 90% en el tono. Muchas veces ese tono es mas revelador del nivel de legitimación que damos a la otra parte y esa legitimación establece la frontera de la dignidad que le reconocemos. No construimos futuro que no asegure nuestra dignidad y la esperanza de ser protagonistas. No hay nada mas importante para el ser humano que sentirse vistos y reconocidos, nada más terrible que pasar a ser invisibles, de lo contrario pronto podríamos estar buscando otra forma de volver a ser protagonistas, bien por ser queridos o por ser temidos


Si la sociedad colombiana tiene temor a un marco de convivencia con guerrilleros que sólo saben usar la violencia por las armas es poco probable que puedan confiar en acuerdos que supongan integración e inclusión ¿Qué protagonismo pueden tener unos guerrilleros que no tienen otro rol que vivir fuera de los circuitos sociales de un país que difícilmente sentirán suyo? ¿Qué colaboración puede esperarse de una fuerzas armadas que se sienten más severamente juzgadas que aquellos que fueron subversores del orden social? ¿Cómo pueden colaborar desde la apertura quienes tienen miedo?

Abro estas interrogantes porque considero que es el poder de preguntas que nos lleven a sentir/entender la postura de los otros y las emociones que las sustentan, que nos acerquen al lugar desde el que esos otros se sienten fuera de una mecánica teórica de construcción, el que puede permitirnos crear las bases y los espacios para esa larga conversación de convivencia que supondrá el Postconflicto.

Para unos se abre el camino del perdón y de la liberación del miedo y el odio, para otros el camino de la reinvención de un nuevo protagonismo social basado en la colaboración y no en la guerra. La mera separación de mundos para que unos puedan subsistir y otros se sientan más seguros sólo puede considerarse como una tregua. El Postconflicto finalmente se constituye en el aprovechamiento de esa tregua para construir Sociedad, para construir Patria Común, nueva casa de todos.

Esta bien preocuparse de cómo va a ser la nueva casa, donde será, cómo se financiará, eso tiene que ver con la gestión del cambio, pero quienes nos dedicamos a esto sabemos que el éxito se juega en hacerse cargo del impacto humano de ese cambio, lo que pasa dentro, la sensación de pertenecer o sentirse excluido, la sensación de haber ganado o haber perdido. El encuentro con una nueva dignidad.

No olvidemos además que todo esto ocurre, las conversaciones a favor y los movimientos en contra en un momento en que la inflación se ha disparado y el peso colombiano ha sufrido una fuerte devaluación frente al dólar. Un escenario adverso cuando hay que pensar en cómo generar esa sociedad que haga no preferible la violencia.

La situación no es fácil, pero constituye un desafío histórico y la humanidad ha sabido responder históricamente a aquellos llamados que han invitado a sacar de nosotros la semilla más generosa. Y porque entiendo que este desafío se juega en conversaciones de liderazgo, de valores, de reconstrucción de protagonismos y dignidades, más que de repartos y escudos defensivos es por lo que escribo estas palabras, preferentemente dirigidas a quienes desde cualquier rol tomen la decisión de pensar en la Colombia que quieren vivir.