En el número 10 de la revista virtual argentina "Conversaciones de Coaching se publica mi artículo: "Donald Trump: una oportunidad para el coaching en el mundo" Lo incluyo a continuación.
La victoria de
Trump nos ha estremecido ¿Por qué? ¿Qué significa este estremecimiento? El día
9 de noviembre la mayor parte de mis conversaciones empezaron hablando de lo
que todos temíamos y acabó ocurriendo y quizás
lo más notable fue comprobar que, más allá del desagrado por que saliera la
opción no querida, prevalecía una sensación de presagio, de apaleamiento
físico, la percepción de estar llegando al tramo final de un ciclo. La
convicción de algo profundo que no estamos entendiendo.Ω
En una
entrevista reciente, el lacerante novelista francés Michel Houellebecq
manifestaba que lo importante son
las corrientes de fondo, no los fenómenos como el que representa el magnate
estadounidense. El fenómeno observable es la punta de un iceberg, debajo están
la acumulación de emociones, la profunda división, la pérdida de sentido
de un proyecto colectivo, el deseo de volver a un pasado en el cual sentirse
protegido prevaleciendo sobre el impulso de construir un futuro más abierto y
grande y probablemente muchas otras cosas que no hemos sabido percibir hasta
ahora.
Dos días antes de la victoria
de Trump, el escritor y periodista británico John Carlin publicó en diversos
medios de comunicación el artículo “El
problema no es Trump”, en el que planteaba que el auténtico problema es el trumpismo, esa inesperada masa de
seguidores que han optado por creer en él, más allá de la evidencia de sus mentiras y de sus comportamientos
irrespetuosos.
¿Qué puede hacer que los
seres humanos dejen en segundo plano esas evidencias? Las respuestas nos
mostrarán sin duda que no estamos leyendo anticipadamente lo que germina y
emerge y, sin embargo, parece que algunas se refieren a conductas que han
estado presentes en la historia de nuestras civilizaciones.
Carlin recuerda una
crítica en el New York Times respecto de la biografía más reciente
de Hitler, escrita por el historiador alemán Volker Ullrich, en la que puede leerse: “Lo que realmente da miedo en el
libro de Ullrich no es que Hitler pudiera haber existido, sino que tanta gente
parece haber estado esperando que apareciera”.
Algo no somos capaces de
ver desde el lugar que lo estamos mirando y es por eso que planteo en el título
de este artículo que el mazazo final de la victoria de Donald Trump puede ser
una oportunidad para abrirnos a considerar la necesidad de afinar la escucha y no
quedarnos con interpretaciones localistas y reducidas, especialmente quienes
tienen posiciones de poder e influencia (¿Podríamos incluir aquí a los
coaches?)
No es nuestra nación, ni
nuestra empresa solamente, las que padecen este desconcierto y esta sensación de
que algo no estamos analizando con suficiente información, es un fenómeno
transversal que parece ser consecuencia de un conjunto de causas diversas, que
configuran un sistema gaseoso en el que algunas bases de la convivencia o del
equilibrio que se fueron construyendo en el pasado siglo se han diluido. La
vejez de materiales se ha impuesto, aunque esos materiales tengan la categoría
de valores.
El fenómeno, por tanto,
no se reduce a los Estados Unidos y a su nostalgia de un far west redivivo, esa
puede ser una interpretación reduccionista y peligrosa. Puede ser
cómodo declarar a Trump y sus obsesiones los culpables de lo que nos pase a
partir de ahora, pero también sería un grave error.
Sin remontarnos a años
anteriores, el 2016 nos ha mostrado de forma acelerada la desconexión entre gobernantes
y gobernados, el regreso a valores de
los primeros niveles de conciencia: la supervivencia y el miedo. Ejemplos como
el de mi propio país: España, que fue un modelo de transición y diálogo y que
durante 315 días se ha mantenido sin Gobierno después de dos elecciones infructuosas
que han revelado visiones aparentemente irreconciliables del país que queremos
y una escasa voluntad de dialogar. ¿Qué está pasando?
2016 nos ha traído el
Brexit británico, en el que un Primer Ministro convoca un referéndum, seguro de
que encontrará el apoyo para evitar la salida de la Comunidad Europea, seguro de
que la vuelta a lo local va en contra de los tiempos modernos porque caminamos hacia un mundo abierto y
amplio. El resultado le llevó a la dimisión y al Reino Unido a tener que
generar un proceso que tendrá altísimos costos económicos para su economía.
2016 trajo el No al largo
y difícil acuerdo de Paz en Colombia que evidencia la dificultad para entender
que un acuerdo no es un tratado de
rendición, la dificultad para el perdón y la inclusión, pero en primera instancia la
dificultad de su Gobierno para evaluar lo que era aceptable para su pueblo por
una parte y el dilema sobre la representatividad de la democracia en que lo
deja, por otra. Baste tener en cuenta datos como los siguientes; es cierto que el 50,22% (una ventaja mínima) se decantó por
el No, pero fue sobre una participación del 37,28% del censo electoral, lo que significa
que al final un 18,7% de la población con derecho a voto puso en
cuestionamiento a un Gobierno que alcanzó una votación favorable del 50,75% en
el balotaje de elección presidencial.
Si salimos del mundo del
poder político y miramos al de las organizaciones, nos encontramos igualmente
con la sensación de una dificultad para lograr alineamiento estratégico entre
sus directivos y sentido de pertenencia en sus trabajadores. A ello me referí en el anterior artículo sobre la generación
millennials. ¿Qué puede ser común en estas situaciones?
Quiero aventurarme con
una teoría y es la del desvanecimiento del sentido de lo colectivo. Vivimos
inmersos en la experiencia individual de la vida, pueden decirme que es la
única que podemos tener, la diferencia es que en la manera que hoy se plantea
el espacio para formar parte de un proyecto colectivo ha perdido vigencia. No
cabe duda de que una sociedad volcada a la competencia y el éxito inmediato, en
la que además se ha producido la caída de las instituciones que eran
consideradas garantes de derechos, referentes morales o articuladoras de
participación honesta, ha empujado a un
mayor individualismo y a entender la invitación al aquí y al ahora que aboga
por la reconexión con nosotros mismos, como una ausencia de la dimensión de
futuro y es precisamente en el futuro en el que los seres humanos ponemos
nuestra apuesta de esperanza.
Si no tenemos esperanza parece
lógico pretender resolver a cualquier precio cualquier síntoma de amenaza que
vislumbremos, tengan estas forma, de musulmanes, mexicanos, latinos,
inmigrantes europeos, líderes y partidos corruptos, exguerrilleros
acostumbrados a las armas o cualquier otra representación del fantasma que creamos
que nos aceche, sin importarnos el futuro (demasiado lejano) y la construcción
de la capacidad de convivencia en diversidad que requerimos para él.
El desmoronamiento del
futuro como una categoría en la que habita la esperanza resulta así una dimensión
esencial para entender lo que está pasando y la reconstrucción del bien
intangible que ella constituye, un propósito de primerísima importancia.
La victoria de Trump en
un país que impacta de forma especial los equilibrios del mundo puede tener el lado positivo de ser causa de uno de los
motivos por los que los humanos construimos
proyectos colectivos, me refiero a la sensación de amenaza, a la visualización
de que estamos en riesgo porque no nos hemos dado cuenta de nuestra necesidad
de ser comunidad y de tener un proyecto colectivo. Lamentablemente la historia
nos muestra que es más fácil aliarnos ante un enemigo común que en un escenario
de bienestar.
¿Estábamos entonces morando
en el bienestar? Si miramos los movimientos de indignación de los últimos años
y las encuestas sobre el futuro, tampoco podríamos decir que si, ¿Por qué
entonces hemos prevalecido en nuestro individualismo si estábamos indignados? Para
responder tendremos que volver a la percepción existente de que las bases sobre
las que construimos el equilibrio de las últimas décadas se han derrumbado. Ya
no tenemos instituciones confiables y los intereses que mantuvieron nuestras
alianzas se volvieron inestables.
En ese mundo de “sálvese
el que pueda” requerimos conversaciones que generen vínculos. Para ello antes
hay que abrirse a una escucha empática del sistema y posiblemente profundizar
en el lugar desde el que miramos, escuchar desde lo que Otto Scharmer llama las
fuentes, ese lugar que nos conecta con lo profundo y generoso, en el que
podamos encontrar algo más grande que lo rápido y lo escaso, que sea más
sencillo y menos calculado, mas Todo y menos excluyente.
Para llegar a ello
tenemos por delante un largo camino de conversaciones significativas. El
coaching a quienes tienen posiciones de influencia en el extenso territorio de
la sociedad aparece como una alternativa para abrir posibilidades de
observación, para descubrir nuevos caminos de aceptación y oferta, para
escuchar lo que aún no oímos.