El pasado Viernes fui a presentar a Buenos Aires el libro de Marcelo Krynski: "GPS para coaches y coacheados del siglo XXI" (Libro 1). Antes mi buen amigo me había pedido que escribiera el colofón de su libro, no dijo epílogo, ni coda, ni palabras finales, ni remate; me pidió el colofón y se lo escribí con ese mismo título: colofón. Traigo a este blog su contenido, con la recomendación de que quienes ya son coaches entren a la Clínica que Marcelo describe, no tengan prisa, no busquen teorías, vivan la experiencia y las distinciones.
Colofón
Colofón, viene del griego, como tantas
palabras de esta profesión nuestra y significa remate, notas finales, notas al
margen para concluir lo escrito. La etimología de su uso viene de Estrabon que en el libro XIV de su Geografía cuenta que la ciudad de Colofón fue conocida
por la efectividad de su caballería, de tal forma que cuando en aquel mundo de
guerras, éstas se alargaban, recurrían a la caballería de Colofón y a su flota
para terminarla.
Ese es el privilegio que me concede
Marcelo, escribir las últimas líneas de su libro, formar parte de él trayendo a
los caballos de mi experiencia, no mayor que la de él, pero distinta. Hace años
me concedió el de abrir su “Ver para crear”, en lo que llamé “A manera de
Prólogo”, de esta forma me queda la esperanza de que en el futuro me deje una
especie de cortina en el centro de un nuevo libro, un cambio de acento, ese
pequeño sorbo que ponen en los buenos restaurantes entre platos para cambiar el
sabor y preparar el paladar: puedo decir que tengo la esperanza de un sorbete.
Este colofón no pretende ser un resumen
de lo planteado por Marcelo, sería pretencioso, algo así como decir y de todo
lo dicho quédense con esto, que es lo realmente importante, ni será resaltar
las ideas que considero mas brillantes, que equivaldría a poner el foco en mí,
para decirles, esto es lo que a mi me gustó, en la creencia que a un buen
número de lectores les parezca que lo que me guste a mi sea una buena tendencia. Con los años el dictado del ego va siendo mas
reconocible, aunque no seamos capaces de vencerlo del todo.
Mi primera idea fue la de seguir el mismo
estilo que usa Marcelo en su libro y tomar el papel de Celina, o de José, o de Edgar,
o de Armando, o de Luis, de Martina, Manuel o María Elena, o ser un poco todos
ellos y preguntar y debatir con un Marcelo observado por mi. Ser unos y otros,
jugar a ser todos y expresar mis dudas, las preguntas que sigo teniendo
abiertas después de los 23 años de coaching, las respuestas en las que me
encuentro de paso. Seguir el juego de los puntos suspensivos del silencio o de
los aplausos para mostrar los consensos que supongo se producirán en el avance.
Abandoné este camino, lo encontré
arriesgado. A pesar de mi vocación literaria no es fácil trasladar al papel la
dinámica de un taller, en el que el centro no es la mera secuencia de diálogos,
sino la emocionalidad que va impregnando la sala, los brillos de los ojos, las
miradas que se cruzan, el peso plúmbeo o alado de los silencios. Habría que
poner la distinción entre peso plúmbeo y peso alado y supondría una invasión a
la experiencia misma. Y ese es el primer mérito que asigno al trabajo de
Marcelo Krynski, mi querido amigo, el de salir airoso de una forma de narrar,
que en si misma constituya parte del mensaje.
Empezaré entonces diciendo que conocí al
autor (tomo una distancia de respeto) hace 23 años: en Junio de 1993 en la
ciudad de Segovia, allá en mi país. Ambos éramos alumnos del primer Arte del
Coaching Profesional en castellano, Yo “baby boomer” y él “Generación X”, su
pelo, ya blanco entonces, permitía salvar las diferencias. Desde ese tiempo
hemos seguido en contacto en la distancia, nuestras vidas han seguido caminos
diferentes y en esos caminos hemos pasado por etapas parecidas y etapas
distintas, sin embargo un profundo afecto y un especial respeto ha mantenido el
vínculo en ese entrar y salir de nuestras vidas cambiantes.
Este es uno de los secretos de este
desafío del convivir ¿Por qué queremos vincularnos? ¿Cuál es el vínculo que nos
une? ¿Qué estamos dispuestos a hacer y entregar
por ese vínculo? ¿Qué requerimos para mantenerlo? Estas preguntas son centrales
cuando hablamos de esa preocupación común en Marcelo y en mi que es el fenómeno
de la convivencia, sea en la unidad mas simple (no es esta la palabra, ninguna
unidad lo es) o mas compleja.
Hemos pasado por los vínculos más íntimos
en la propia vida personal, en los equipos, en las organizaciones y en mi caso
por la expresión de la convivencia en la dimensión política, la que reconozco
como una pasión heredada en mi vida. Cada vez que nos hemos juntado hemos
abierto preguntas sobre todos estos temas.
Veintitrés años activos en el mundo del
coaching nos han traído a ambos muchas experiencias y algunos reenfoques de lo
que es o nos gustaría que fuera esta magnífica profesión de coach. Y esa es la
invitación que asumo de Marcelo y que puedo resumir en dos líneas de intención:
· Contar aquí aspectos que he ido configurando como esenciales en mi
experiencia
· Aprovechar este espacio para hacer un llamado a asumir nuestra
responsabilidad de coaches.
Aprendizajes
esenciales
Salimos/salí, de mi proceso de formación
con la secreta fantasía que todos los racionalistas tenemos de que en esa “acomodación
de melones”, a la que se refería Marcelo, encontrase una nueva racionalidad que
me explicara al nuevo observador que estaba siendo, especialmente si mi
trabajo, que estaba decidido que fuera en el dominio del coaching
organizacional dados mis orígenes de formador de directivos, si mi trabajo,
repito, iba a ser el de colaborar en la ampliación de la mirada que el
directivo tenía, es decir, acompañarle en su apertura a nuevos paradigmas.
Pronto comprendí que la tarea de que
encontrasen nuevas respuestas era un paso relativamente corto, que el gran
desafío era que encontrasen nuevas preguntas, algo así como lo que atribuyen a
George Bernard Shaw al terminar sus conferencias “espero haberles dejado con
más preguntas de las que tenían al comenzar mi charla”.
Este desafío significaba llevarles a
observar desde los distintos ángulos de la habitación y aún mas allá, sacarles
de la habitación (“out of the box”). Tiempo después el investigador y físico
español Jorge Wagensberg, profesor en la Universidad de Barcelona de “Teoría de
los procesos irrepetibles,” me puso el lenguaje, me trajo las palabras. El dice
“Cambiar de respuestas es evolución. Cambiar de preguntas es revolución”.
Definitivamente podía ser mi/nuestra, forma de hacer la revolución después de
las decepciones de mi generación, aquella que en Mayo del 68 creyó que iba a
cambiar al mundo a través de una izquierda moral que no resultó ser tan moral.
Esto significó aceptar una velocidad
diferente, la comprensión de que las estructuras permiten una determinada
armazón para sostener las cosas que queremos, pero a la vez ponen los límites
del ámbito de posibilidad. Comprendí que el saber ocupa lugar. Por eso esta
insistencia en el desaprender, en el vaciarnos para volver a llenarnos de una
comprensión diferente. Entendí que sólo desde la creación de una poderosa
relación con mi coachee (lamento este retroceso en el lenguaje que propone
Marcelo, pero el verbo coachear- y por tanto su participio- es casi imposible
para un español formado en la Filosofía y las Letras) podría invitarle a
sospechar de sus certezas, de las creencias que terminaban respaldando sus
prácticas.
También años después Robert Kegan me
regaló el lenguaje para decirlo: “Son cosas distintas las suposiciones que
usted mantiene que las que le mantienen a usted”. Mantenemos que queremos
mejorar y cambiar el mundo que nos rodea porque efectivamente tenemos la suposición
de que ese mundo puede cambiar, pero esa “sincera” declaración esta asentada en
la profunda suposición de que para ello no voy a tener que cambiar yo mismo.
Tal vez mi gran descubrimiento siguiente
fue que los contextos preceden al texto, algo así como lo que la escuela de Palo
Alto estableció con respecto a la comunicación al decir que en toda
comunicación hay dos aspectos fundamentales: el contenido y la relación y que
al sopesar los dos, tiene mucho más impacto la relación. Es decir, aunque el
contenido sea coherente si quien me lo dice no concita mi credibilidad el
mensaje no conseguirá su objetivo. Otra manera de ver lo que Marshall McLuhan
había perfectamente sintetizado en: “El medio es el mensaje”.
Entendí que los contextos configuran estructuras
de relación y en definitiva, como las culturas, determinan el espacio de lo
posible. Eso me llevó a cambiar mi concepto de la eficiencia en el trabajo del
coaching, aceptando que primero tenía que establecer el contexto para poder
llegar a nuevas conversaciones posibles. Es lo que en la Clínica Alberto expresa con especial
gracia y claridad “Si antes del entrenamiento me hubieran dicho que a mis 56
pirulos yo iba a estar enviando amor incondicional a través de mis manos a un
tipo que está con los ojos cerrados…me hubiera reído por lo ridículo e
impensado”. Una gran tarea del coach es crear el contexto de su intervención
con un cuidado especial y a la vez mostrar la importancia que tiene para que su
cliente lo adopte también como una práctica en su interacción con otros.
Claro que el nuevo contexto es otro tipo
de estructura, en ese sentido en que los padres de la PNL plantean que la magia
tiene estructura. No es entonces un problema de estructura o no-estructura,
tiene que ver con una disposición
fundamental a escuchar lo que el momento nos pide, lo que la vida nos
pide, implica poner sobre todas las cosas al propósito, a la esencia de nuestra
permanente recreación y si pensamos detenidamente en ello llegaremos a un
puñado de emociones y aspiraciones que rige la existencia de los seres humanos.
Descubrí entonces la necesidad de
mantener permanentemente la conexión con lo que me rodea y con mi propia
conciencia de quien estoy siendo, de mis necesidades para estar en equilibrio,
de mi rol, de mis esperanzas. ¿Qué espero? ¿En qué confío? ¿Qué dolores
albergo?
Y entre los aspectos que configuran el
contexto fue emergiendo, con la práctica, la evidencia que las emocionalidades,
como aprendiéramos en Maturana, marcan las predisposiciones para la acción y
por lo tanto establecen también lo que es posible e imposible desde esa
emocionalidad. Me apareció claramente que el liderazgo y la acción directiva
estaban profundamente vinculados con la gestión de emociones y eso significa
que previamente hay que escucharlas e identificarlas.
Pasé una cierta época de confusión
preguntándome como conseguir la neutralidad. Mi respuesta hoy es que nadie lo
es, los coaches tampoco. Podemos, eso sí, tener más clara la conciencia de la
no-neutralidad y la voluntad de no influir, aunque percibamos, olamos e
intuyamos y no tenga que ser el camino prescindir de todo ello, sino
subrayarlo, sospechar de nosotros y con la conciencia de esa sospecha ponerlo a
disposición de nuestro coachee, invitándolo a su profunda conexión para
emprender un viaje.
Un viaje supone un destino, sin embargo también
fui aprendiendo que era pretencioso empezar con un objetivo superior a una mera
dirección. Podíamos partir de unas ciertas declaraciones que tomásemos como
indicios, en los términos que propone Marcelo. Las condiciones que fui
incorporando fueron las de respetar al coachee y creer en su capacidad y su
intención, como se plantea en la Clínica, invitarle a aceptar compasivamente lo
que está siendo, sin que eso implique conformarse con ello, porque no se puede
cambiar sosteniblemente lo que no se ama. Y amar también el viaje acompañado.
Lo que significa avanzar no siempre es
tan evidente. Tengo una experiencia que mantengo muy viva en mi recuerdo, aún tengo
muchos juicios negativos con respecto a quien me dijo lo que hoy considero
inolvidable, aunque también admiré y admiro sus capacidades. Fue socio mío
durante unos años y tras una acalorada discusión me dijo: “Valoro tu
inteligencia y tu coraje, pero tienes un problema que puede llevarte a la ceguera
más absoluta, eres como un automóvil sin marcha atrás y eso es muy grave.”
Con el tiempo me voy haciendo cargo que
mi concepto de ir siempre hacia adelante puede suponer una interpretación del
avanzar sin matices. Hoy la vida me dice que para avanzar tenemos muchas veces
que retroceder, que hay supuestos avances que nos alejan de nosotros. Reelegir,
regresar, puede ser la forma de continuar avanzando en lo que queremos que sea
nuestra vida. Una vez más la importancia de escuchar lo que esa vida nos dice,
lo que el ciclo de nuestra vida requiere. No siempre todos los valores en los
que creemos y nos orientan pueden ser seguidos a la vez. Con frecuencia existe
una colisión entre ellos y debemos elegir.
Tal vez mi última reflexión, yo que abogué
por las planificaciones y la necesidad de estrategias con claros focos, es que
obstinados por buscar podemos no encontrar lo que la situación, el contexto y
la vida nos ofrecen. ¿Cómo prepararnos para encontrar? ¿Cuánta apertura
requiere? ¿Cuánto tiene que estar abierto el corazón y los ojos?
No cabe duda que muchas de las cosas que
refiero están reflejadas en lo que Marcelo Krynski plantea en este
interesantísimo libro que en vez de hablar de conceptos, sigue el camino de una
conversación en la que no siempre se llega a la comprensión en el primer
enunciado y es necesario seguir un camino tras otro, hasta que los significados
se constituyen en cada lector en la forma en que esté preparado para ello.
Me quedo con la idea de que su invitación
a poner el punto final a este libro esta basada en que ambos compartimos la
necesidad de abrirnos a una nueva convivencia para la que es necesaria un nuevo
lenguaje, una nueva apertura, mas grandeza y a esa convicción quiero dedicar
mis últimos párrafos.
Una
invitación a la responsabilidad de los coaches.
Vivimos en un momento de la historia en
el que las instituciones han perdido su valor. Instituciones que fueron creadas
para preservar, cautelar, salvaguardar y
regular la buena convivencia hoy sentimos que forman parte de una cadena de
abuso y corrupción. Es fácil caer en el pesimismo, el individualismo y la
desidia, pero como dice el filósofo español José Antonio Marina “Dejemos el
pesimismo para tiempos mejores (…) El optimismo se convierte en momentos como
estos en un deber moral”
Muchos de nosotros pensamos que si algo
hay que incorporar en los sistemas educativos del mundo es la urgente introducción del aprendizaje de la
convivencia, de volver a vivir en comunidad y en la decidida apuesta por la
inclusión. Buena parte de la indignación que vivimos tiene que ver con esa
sensación de estar excluidos.
¿Cómo incluir generaciones que ven el
mundo de distinta forma, civilizaciones diferentes, distintos ciclos de vida,
religiones y culturas que se oponen, razas y situaciones económicas desiguales?
Entre las declaraciones que mantenemos
los coaches está la de considerar al otro como un legítimo otro, la aceptación
de que somos observadores diferentes, más allá aún, de que solo podemos ser
observadores distintos porque nuestra experiencia, nuestra cultura, nuestra
historia son distintas. Declaramos que el lenguaje genera realidad y que
vivimos en conversaciones que nos constituyen. Creemos que tenemos una
herramienta poderosa en el conversar, la Clínica que da origen a este libro es
un magnífico ejemplo. ¿Cómo podemos ser indiferentes a un mundo que vemos
languidecer y perder la esperanza?
Quiero decir que más allá de la valiosa
contribución que los coaches hacen en la ampliación de las posibilidades de sus
coachees uno a uno, va emergiendo en mi opinión la necesidad de participar más
activamente en los contextos colectivos, en ponernos a disposición de ideas mas
generadoras de una sociedad acogedora y
abierta.
Y creo que para ello cada uno de nosotros
debe creer también en su grandeza, creer en si mismos y en la vida. Es
importante vivir el ahora, por efímero que sea, pero no podemos dejar de lado
nuestro compromiso con un futuro que heredarán las generaciones que nos
sucederán.
Empecemos por leer atentamente el
contexto que vivimos, tal vez haya que sentarse en el suelo como hicieron con
Luis, ponerse a su altura, disponerse al encuentro y abrirnos a la
dignificación de un rol de acompañamiento generoso y ético. Creo que así
seríamos constructores de la esperanza.