Parece que hablamos de lo mismo y sin
embargo es muy distinto. De nuevo las distinciones... En mis últimas
conversaciones directivas se ha dado la coincidencia (o qué se yo lo que se ha
dado) de que aparezca un tema recurrente, un tema que bajo la apariencia de una
cuestión de carácter responsable produce dolor interno.
Me refiero a los directivos exigentes e
incomprendidos, aquellos que se enfrentan a la conspiración de las
circunstancias en contra de la excelencia. Veámoslo de otra forma, veámoslo
como propone Jim Collins “La excelencia no es producto de las circunstancias. La excelencia es una
decisión consciente”. Es decir
Collins sugiere que algo debemos distinguir y por ello su apelación a la
consciencia.
¿Nos ayudará esa consciencia a entender las razones de la
dificultad que con frecuencia encontramos? ¿Están estas dificultades fuera de
nosotros, están adentro? ¿Invocamos a la dificultad desde la manera en que
estamos siendo? ¿Atraeremos la posibilidad desde otra forma de mirar? “Es que
yo soy muy autoexigente, por eso exijo” Esta es una frase que he escuchado
repetidamente en estos años de coach y he aprendido que detrás de ella hay
mucho sufrimiento, hay castigo y frustración.
Ser auto exigente podría parecer que nos
pone en un camino de perfección y que justifica el sacrificio y la opción de
fustigar a otros para que también ellos consigan esa perfección que los seres
humanos hemos venido a lograr en la vida.
“Yo
soy auto exigente por eso no me puedo permitir el descanso, ni la celebración,
hasta que no obtenga los resultados que me propongo. Tengo una vara muy alta
¿Puede ser malo buscar la excelencia?”
Es en ese momento que producimos la
trampa en el lenguaje. La excelencia y la perfección son términos diferentes.
Exigir pone el foco en lo que falta, por eso nos causa sufrimiento. La
excelencia pone la luz en lo que abunda y nos produce satisfacción. No
requerimos el resultado perfecto, ni postergar la celebración a ese momento inalcanzable
de lo perfecto.
La perfección es un resultado utópico,
la excelencia es un proceso intencional de avanzar en hacer las cosas mejor, se
convierte en una filosofía que pone su canto en la abundancia, vivida como una
construcción.
Ahora bien, detrás de la distinción, se
alberga o un drama o el alegre flujo de vivir y crecer. Eso es lo más
importante desde el punto de vista de servir a los otros ¿Cómo mostrar que
dejar que el juicio de “ser insuficiente”, “hacer insuficiente” o “tener
insuficiente” more en nosotros es el principal drama interior de los seres
humanos? ¿Cómo mostrar que cuando tratamos de vencerlo desde la auto exigencia
estamos bordeando el mismo abismo.
En
mis talleres suelo poner una lámina que recoge lo que Thomas Alba Edison
respondió a un periodista que quería saber cómo había logrado tener la
perseverancia para continuar su investigación después de haber tenido casi mil
intentos en su búsqueda para descubrir la ampolleta. “¿Cómo
pudo superar tantos fracasos?” le preguntó el periodista y Edison respondió: “No son fracasos, hemos
aprendido más de mil maneras de cómo no se debe hacer una ampolleta”. Y yo
escucho en su respuesta: si hubiera vivido el proceso como un fracaso no habría
podido mantener mi ánimo, habría sucumbido al desaliento.
Por eso detrás
de la exigencia hay tanta frustración y tantas personas que abandonan y
terminan amargamente desesperanzados o lamentándose “Yo sería feliz si no me importaran las cosas,
pero como soy tan auto exigente…”.
Otra frase que
vuelve a transgredir el lenguaje asimilando no ser exigente a ser alguien
despreocupado o irresponsable, cuando la primera responsabilidad es lograr que
el mundo sea más feliz y vivible
Mis amigas Silvia
Guarneri y Miriam Ortiz de Zárate en su libro “No es lo
mismo”, aportan un enfoque convergente
al plantear en uno de sus capítulos “En el camino
de la excelencia los errores son parte natural de la acción y pueden ser vistos
como una oportunidad (…) En el camino de la exigencia, sin embargo, el error es
visto como un enorme fracaso. Algo muy difícil de aceptar y de digerir”
Una vez más nos encontramos dos conversaciones que recorren la historia
de las personas y nos llevan a tener vidas diferentes: La escasez que nos lleva
a pelear y competir versus la mirada de lo abundante que nos impulsa a compartir y celebrar con alegría.
Dos formas de entender la vida, dos posibilidades diferentes, ante las
que podemos elegir.