Desde el principio de los tiempos en los que la organización de la sociedad llevó a los seres humanos a pensar sobre el Poder, la pregunta clave ha sido ¿Poder para qué? ¿Poder en beneficio de quién? Y el ejercicio de ese poder empezó a mostrarnos que podía ser en beneficio del que gobierna o en beneficio de unos pocos o en beneficio de aquellos quienes representaban la propia mirada del gobernante o en beneficio de la colectividad.
En el siglo 21, si hiciesemos esa pregunta para caracterizar al buen Gobierno, entre los ciudadanos de un país, de una confereración de países, de una Región o una ciudad o entre los componentes de una organización cualquiera, quiero suponer que la respuesta mayoritaria fuera que el Buen Gobierno es el que se orienta al beneficio de la colectividad gobernada.
Al menos quiero suponerlo desde el modelo de pensamiento demócrata. Posiblemente los miembros de Hamás no responderían lo mismo, ni los votantes del Frente Nacional de Francia, y cito al FN, no porque considere que es el más fundamentalista de los movimientos de ultraderecha en Europa, sino porque voy a basarme a continuación en las declaraciones del Primer Ministro francés Manuel Valls (un francés nacido en Barcelona)
Efectivamente, aunque Manuel Valls sea un socialista controvertido, especialmente por su posición con las comunidades gitanas cuando era Ministro del Interior en Francia (2012-2014), al ser entrevistado por el periódico español "El País", respondió "Tengo sobre todo esta convicción: La izquierda no es nunca tan fuerte como cuando se dirige a todos y no sólo a una parte de la población" Asume así la idea de que el mejor Gobierno es el que trabaja para la colectividad completa.
Más adelante sin embargo dice: "Mis referencias políticas han sido Michel Rocard, Willy Brandt, Felipe González, Olof Palme, porque ellos ejercían plenamente el ejercicio del Poder". Y escribo "sin embargo" como si pensara que ambas declaraciones son contradictorias, no, en realidad lo escribo porque es común verlas opuestas. Ejercer plenamente el Poder suele ser entendido como llevar adelante el propio programa de gobierno, caiga quien caiga, usando la aplanadora si es necesario. En Chile se usó la desafortunada (a mi juicio) expresión de la retroexcavadora.
Quiero resaltar estos dos conceptos: Dirigirse a todos y Ejercer plenamente el Poder. La Política de altura es la que hace compatible estos dos principios, porque es lo que permite las transformaciones mas sostenibles en el tiempo y el progreso significa transformación,
Hace unos días mi compatriota María de los Ángeles Fernández, radicada en Chile como yo, citaba en su artículo "La reinvención de los acuerdos" al filósofo, también español, Daniel Innerarity cuando dice "los desacuerdos son mas conservadores que los acuerdos: cuanto más polarizada está una sociedad, menos capaz es de transformarse".
Es frecuente hablar de los consensos con cierto desprecio, como aquello que hacen los que no tienen agallas para gobernar. Por el contrario, pienso que si hay que hablar de agallas, más hay que tener para dialogar con altura. Cuando se gobierna desde la mayoría o desde la propiedad, las agallas no hay que tenerlas, como si fuera un esfuerzo o un acto de valentía, vienen puestas, están dadas las condiciones momentáneas. Lo difícil, lo generoso, lo que implica pensar en todos, lo que puede perdurar en el tiempo es sentarse a conversar para construir juntos, sea en el Gobierno de un país o en el Corporativo de una empresa.
Hoy en un coaching político en la fría mañana de Santiago, conversábamos que si hubiera que definir un rasgo de los políticos o directivos para este siglo en el que ejercer el poder es tan complejo, ese rasgo sería el de ser constructores de acuerdos, volver al arte de conversar: esa caraterística primordial y diferenciadora de lo humano.
Hace tiempo decidí que mi forma de transformar el mundo en el que vivo sería a través de influir para que las organizaciones sean más humanas y sus directivos con más sensibilidad y mas consistentes con sus valores. Desde mi adolescencia ya sabía que una Misión que me había elegido a mi era la de hacer que el arte y la vida se encontraran en mi camino y preferentemente a través de la palabra.
sábado, julio 26, 2014
martes, julio 22, 2014
APRENDIZAJE Y COACHING EN LAS ORGANIZACIONES
La invitación de Newfield Network para hablar sobre el aprendizaje en un número dedicado a aquellos que hoy tienen la fortuna de estar en el tránsito de aprender a ser coaches, constituye un honor y un gran desafío ¿Cómo hablar del aprendizaje en la Escuela de Julio Olalla, quien tantas veces y tan bien nos ha hablado de ello? Pensé seguir el camino de la evolución de mi propio escuchar desde el estudiante de coaching que fui, del posterior supervisor de grupos del ACP, del aliado y acompañante en la tarea de facilitar talleres con Julio en otra época o el de participante de congresos en los que Julio planteó el tema del aprendizaje y sus enemigos. Esa diferencia de escuchar da cuenta en sí misma de un proceso que podría servirme para acercarme al tema desde el testimonio personal del valor adaptativo del fenómeno de aprender.
Pensé releer los excelentes escritos de
Rafael Echeverría al respecto y otros autores a los que doy autoridad y
plantear cómo en la práctica esas ideas me han permitido agregar valor a
las organizaciones en mis roles de consultor y coach. Finalmente no
seguiré esos caminos, que recorrería con menos pericia que las fuentes
originales, aunque sin duda su eco resonará en mis palabras.
Permítanme que me conecte con el
profesor ordenado que vive en mí y que traiga algunos elementos que, tal
vez, requiero yo más que ustedes, los lectores, para estructurar mi
discurso. Me remonto así a la antigua (que no vieja) conversación de
Heráclito y Parménides que llegó a nuestra educación (al menos a la mía)
como el enfrentamiento de la inevitabilidad del cambio frente a la
deseabilidad de la permanencia. Así nos quedó una suerte de idea de
abocarnos a lo inevitable, para lograr lo deseable y lo deseable era la
permanencia. No es otra idea la que late en las palabras de Tomasi di
Lampedusa en su única novela titulada El Gatopardo “Si queremos que todo
siga como está, es necesario que todo cambie”.
Dejando a un lado los juicios de valor y
las evidentes diferencias de sus planteamientos, tanto en Parménides
como en Heráclito hay una aspiración del equilibrio del Ser, una manera
de permanecer. En este sentido podríamos declarar al cambio como la
variable de ajuste de la permanencia. Cambiamos para que algo que
deseamos permanezca, aunque sea nuestra esperanza. Y cuando ponemos el
foco en el cambio descubrimos que el aprendizaje es la variable de
ajuste del cambio.
Cuando aprendemos podemos adaptarnos a
los cambios conservando lo que decidimos conservar e incorporando nuevas
capacidades para enfrentar lo que antes no éramos capaces de enfrentar.
El aprendizaje es de esta manera una decisión.
Humberto Maturana nos dice que nuestras
decisiones se hacen cargo de lo que queremos conservar en cada instante,
aquello a lo que damos más importancia. Toda decisión tiene así un
aspecto conservador y la asunción de un costo, de algo que perdemos o de
un riesgo que aceptamos en aras de un bien mayor percibido.
Y digo todo esto para plantear el
desafío humano del aprendizaje para poder vivir una vida que
indefectiblemente transcurre en un mundo cambiante precisamente porque
ese propio mundo está vivo. No podríamos decidir no cambiar si queremos
seguir vivos, vigentes, capaces, felices en suma. Y cambiar significa
aprender. Visto así: vivir implica aprender. La muerte empieza en el
momento en que nuestra mente o nuestra biología ya no puede aprender a
adaptarse a desafíos que serán así los últimos. Por eso desaparecieron
las especies, morimos las personas, desaparecen las empresas y fracasan
las ideologías y los paradigmas.
¿Por qué nos resistimos entonces al
aprendizaje? Buena parte de mi experiencia de los 19 años que actúo en
las organizaciones con distinciones ontológicas me indica que cuando no
es ceguera cognitiva, donde no podríamos hablar en puridad de
resistencia (no me resisto a lo que no veo, simplemente no lo veo) nos
resistimos al aprendizaje por la ilusión de estar completos ya, o el
vértigo de ser insuficientes tras el cambio.
En el primer caso para qué cambiar si no
lo requerimos, piensa el ciego arrogante, en el segundo caso tememos
cambiar porque nos ponemos en riesgo. Si nos reconociéramos y
aceptáramos profundamente incompletos, pero a la vez tuviésemos
esperanza en la vida y fe en nosotros, dejaríamos de vernos como una
estructura cerrada (completa ya o incompletable) y nos animaríamos a la
experiencia de aprender.
Es en este sentido que vivo el coaching
directivo (al que me dedico) como el acompañamiento del proceso de
aprendizaje de quienes están en posiciones de dirección o quieren
acceder a ellas y es este un tránsito que va desde la ampliación de la
autopercepción del coachee, pasando por el desarrollo de una escucha
sensible y más amplia de las señales del entorno y de la complejidad de
sus interacciones, hasta el fortalecimiento de la capacidad para tomar
decisiones y el diseño de nuevas prácticas en las que pueden requerirse
también nuevas competencias.
El aprendizaje, en la medida que nos
transforma nos permite también transformar el espacio en el
que operamos. Quiero hacer un alcance en este sentido. Sostengo que cada
espacio concreto está sujeto a reglas y dinámicas propias y tiene su
lenguaje específico y digo esto porque cuando queremos, como coaches,
acompañar el aprendizaje de otros, requerimos manejar distinciones
relacionadas con el mundo en que éstos se mueven. No creo que se pueda
ser un buen coach directivo sin conocer el proceso de dirigir y el mundo
de las organizaciones, ni ser un buen coach político sin conocer la
dinámica de lo político, como ya he comentado varias veces en mis
charlas y escritos.
Hoy el mundo de las organizaciones
también se enfrenta al dilema de la permanencia de su propio Ser ¿Cómo
seguir existiendo en el tiempo? ¿Cómo adaptarse a las nuevas demandas de
clientes o ciudadanos? Si algo quiere una organización es perdurar y
para ello debe transformarse. Recuerdo al poco de llegar a Chile que
trabajando en el proceso de modernización del Estado me correspondió
trabajar en una consultoría para el FOSIS (Fondo de Solidaridad e
Inversión Social) y ya entonces planteábamos ¿Se dan cuenta que ser
efectivos y lograr la superación de la pobreza en Chile supone estar
dispuestos a que desaparezca el FOSIS? En realidad queríamos desafiarlos
a que estuvieran dispuestos a transformar su Misión y prepararse para
poder prestar otros niveles de servicio social. Adelantarse a ser
válidos para el mundo que ellos mismos estaban propiciando. Hoy Chile
vive las consecuencias de seguir pensando en términos de superación de
la pobreza y no de la desigualdad.
Las organizaciones quieren permanecer,
quieren conservar sus logros, quieren seguir contando con las lealtades
de los clientes. Y la sorpresa sobreviene al darse cuenta que para
mantener eso tienen que empezar a dejar de hacer lo que en otro momento
hicieron y cambiar. A eso se refiere Lampedusa detrás del tono cínico de
su planteamiento. Esa es la misma sorpresa de los políticos del siglo
21, al darse cuenta que para mantener la satisfacción ciudadana ya no
sirve lo que sirvió. Tienen por tanto que escuchar más atentamente los
requerimientos de una ciudadanía emergente y aprender nuevas formas de
constituirse en oferta.
¿Por qué nos cuesta aceptar entonces que
seguimos siendo aprendices si parece tan evidente la necesidad del
aprendizaje? Lo primero que aprendí en mi formación y práctica del
coaching es que “El saber SÍ ocupa lugar”, de alguna manera nuestra
mente está llena de paradigmas que impiden la entrada de otros que
consideramos inviables y decretamos incorrectos o imposibles desde la
matriz de los anteriores.
Necesitamos desaprender, debemos
vaciarnos, para que entre agua nueva. Y, desde luego, eso es incómodo.
Este aprendizaje necesita de otra mente, requiere que vayamos contra
nuestros hábitos, que practiquemos el desapego de las propias ideas,
abandonar lo que funcionó y una vez más eso significa confiar en nuestra
capacidad para seguir siendo suficientes, aceptando que en un momento
no lo seamos. Al avanzar caminando hay un instante entre un paso y otro
que una parte de nosotros no se apoya en el suelo firme, avanzamos en el
vacío. Requerimos aceptar y confiar en nuestro manejo del vacío.
Cuando no tenemos esa confianza, solo
nos queda el recurso de aferrarnos a lo que consideramos sólido y
seguro, aquello que nos funcionó y que ahora nos llevará al fracaso.
Hoy creo saber que esa confianza sin
seguridad, tiene que ver con la capacidad de aceptarnos vulnerables. Los
niños aprenden porque aceptan su vulnerabilidad. Y en esa aceptación
nos muestran su grandeza.
Todo esto es fácil decirlo pero hay que
ser capaces de abandonarnos a la experiencia de tocar el fondo de
nuestro vacío y esta conversación no es fácil tenerla con el Gerente
General de una gran empresa, incluso es poco recomendable plantearla sin
el contexto relacional que permita que dos seres humanos se miren
fijamente a los ojos y comprendan que están hablando desde la
profundidad de sus existencias, de sus desafíos, de sus luces y sus
miserias.
Por este camino transita el aprendizaje
transformacional y por el mismo camino transita el coaching. Nos
resistimos a aprender cuando nos sentimos insuficientes o pensamos que
vamos a ser insuficientes si damos cierto paso y, como el caracol que se
mete en su concha, nos encerramos en nuestro caparazón de saberes,
prácticas y teneres, aunque en el fondo de nosotros tengamos la sospecha
que también con él somos insuficientes para el mundo que rápidamente
cambia a nuestro pesar. Claro que el falso alivio es que pensamos que
eso sólo lo sabemos nosotros, que los otros no se van a dar cuenta, que
desde la posición que ostentamos estamos protegidos, porque no entra la
luz develadora o porque podemos desviar su atención con una lista de
urgencias que nos salve.
Una de las sorpresas más frecuentes hoy
para las organizaciones y sus directivos con respecto al aprendizaje es
que creen que se trata de aprender algo concreto y descubren que la
velocidad del mundo en el que habitamos nos requiere a aprender a vivir
de una forma distinta. Por eso el lenguaje en las organizaciones ha
empezado a cambiar, ya no se plantea la necesidad de aprender una
técnica o una nueva teoría, el desafío es aprender a mirar de una forma
distinta, cambiar nuestra matriz de interpretación. Este pensamiento
emergente es muy desmoralizador para muchos de nuestros gerentes y sin
embargo, visto como un desafío supone instalar en nosotros una dinámica
de aprendizaje que nos acerca a una mayor capacidad de enfrentarnos a la
obsolescencia, de estar más vivos y ser más protagonistas del futuro.
Pero no es sólo un cambio de la
naturaleza del aprendizaje, a la vez implica que éste ya no se concentra
en una etapa de la vida. A mí me enseñaron que si me enfocaba en
aprender hasta una cierta edad, podría luego rentabilizar mi aprendizaje
el resto de la vida, no muy tarde aprendí que eso no era realmente así y
que debería estar actualizando mis conocimientos constantemente. Ahora
sé que el concepto de actualización aún está dentro del mismo paradigma,
que tengo que estar preparado para empezar a vivir a los 60 años, que
no es suficiente estar atento para no perder el compás del ritmo de los
cambios que debería ser un protagonista de esos cambios. Estamos
entonces abocados a reconfigurar el propio sentido del descanso como
alguna vez lo vimos, el propio sentido de lo que llamamos cambio o de lo
que consideramos incertidumbre.
Aprender a aprender no es sólo una
competencia para optimizar nuestra capacidad de aprendizaje, es una
transformación de nuestra manera de estar en nuestro propio Ser. Se
trata de un inmenso desafío personal y para quienes somos o para quienes
van a ser coaches, la posibilidad de acompañar un proceso humano
intenso, todo un privilegio, gracias a este instrumento de alto impacto
que es el coaching ontológico.
Artículo publicado en la Newsletter de Julio 2014 de Newfield Netwok y en su web
Etiquetas:
Coaching Directivo,
Consultoría,
Habilidades para dirigir
sábado, julio 12, 2014
El ENCUENTRO DEL COACHING Y LA POLÍTICA
En el número 1 de la Revista Digital argentina "Conversaciones de Coaching" han publicado el artículo que me solicitaron sobre el "Encuentro del Coaching y la Política". Lo subo a este blog para quienes siguen mis reflexiones desde esta plataforma.
¿Podemos eludir la Política?
Me han preguntado muchas veces qué puede hacer el coaching
en el ámbito de la Política o por qué un político podría encontrar interés en
el coaching, qué valor le agrega. Me han preguntado también cómo hacer coaching político cuando los
coaches, como ciudadanos
que somos, tenemos ya una visión
política que permeará nuestra forma de actuar, es decir nos impedirá la
neutralidad que es un presupuesto bastante debatido de nuestra actividad
(¿Podemos ser neutrales?). Son preguntas
desde la lejanía, detrás de ellas suelen existir muchos juicios sobre la
conveniencia de entrar en un mundo tan desprestigiado sin participar de ese
descrédito.
¿Por qué entonces promover este encuentro del Coaching y la
Política? La primera respuesta que me surge es porque entre las cosas más
importantes y dignas de interés en la vida está la política dado que somos seres sociales que vivimos en comunidades
organizadas. Eso, claro, habla de mí y mi visión del mundo, por eso suelo dar
algún rodeo para que quienes me preguntan revelen lo que es importante para
ellos y me hablen de la familia, de la felicidad, del amor, del trabajo en el
que se realizan, de un mundo mejor y más sustentable. A partir de esas
respuestas es más fácil empezar a
construir un lenguaje común y distinguir que casi todo ello está referido a
nuestra vida colectiva, a lo que nos ocurre por ser sociales, por “ser” con
otros y entonces la pregunta de vuelta es ¿Cómo puede no a interesarnos la
política? Y si nos interesa ¿Cómo no ponernos al servicio si decimos que el
coaching es una herramienta poderosa para acompañar la búsqueda de nuestra
mejor versión, nuestro mejor desempeño o la adopción de mejores perspectivas?
El filósofo francés Michel Foucault se respondía: “¿Por qué me interesa tanto la política? Si pudiera responder de una
forma muy sencilla, diría lo siguiente: ¿Por qué no debería interesarme? Es
decir, qué ceguera, qué sordera, qué densidad de ideología debería cargar para
evitar el interés por lo que probablemente sea el tema más crucial de nuestra
existencia, esto es, la sociedad en la que vivimos, las relaciones económicas
dentro de las que funciona y el sistema de poder que define las maneras, lo permitido
y lo prohibido de nuestra conducta. Después de todo, la esencia de nuestra vida
consiste en el funcionamiento político de la sociedad en la que nos
encontramos.”
Pero en la práctica,
me dicen entonces, la política termina siendo usada en beneficio propio, el
poder corrompe, los políticos no nos representan. Yo no puedo negar que eso
ocurra, pero tampoco podemos negar que hacemos más daño a los que más amamos,
que la belleza caduca, que muere y se pudre lo que estuvo vivo y lozano, que lo
que sirve para lo mejor podemos usarlo para lo más bajo ¿Es culpa de la
Política o de la falta de Ética de quienes la practican? Sin embargo la falta
de ética no nos lleva a hablar mal de la ética, distinguimos entre el
comportamiento ético y aquellos que no lo son, pero no distinguimos en el
hablar coloquial entre la Política y los comportamientos de los políticos no
éticos, que podríamos decir que terminan no siendo “políticos” en la medida en
que no contribuyen a los objetivos que el pensamiento político declara.
Otro francés, mi amigo Denis Gallet me regaló una frase de San Francisco de Sales que me ha ayudado mucho a
aclarar lo que quiero decir. Fue también una respuesta dada en un contexto
muy complejo de la iglesia de la época
en Francia (finales del siglo XVI principios del siglo XVII) aunque podría
haber sido valida en este siglo y en cualquier país. La iglesia había perdido
el rumbo, tanto sacerdotes como prelados abusaron por mucho tiempo, amparados
en su pódium espiritual, se habían puesto al lado de los poderosos, desoyendo
el llamado evangélico. El punto es que un feligrés muy desencantado comentó un
día a San Francisco que había perdido la fe por estas conductas anticristianas
y él le vino a responder que, efectivamente, cuando un ministro de iglesia
hacía lo que él señalaba, cometía un asesinato espiritual, pero cuando él, como
consecuencia de lo que los religiosos hacían tomaba la decisión de abdicar de
sus creencias y de su fe, estaba cometiendo un suicidio espiritual.
Terminamos
siendo nosotros quienes damos poder a las conductas que abominamos. Cuando
debido a los abusos de muchos políticos nosotros nos alejamos de la política,
dejamos el principal espacio de organización de la sociedad a quienes
condenamos desde nuestros juicios. Dicho de otra manera, cuando los mejores se
alejan de la política, dejan el espacio a los peores. Dejar de participar o de
ejercer la rebelión implica colaborar y ser corresponsable de lo que decimos
despreciar.
Y
curiosamente hacemos esto en un tiempo como el actual en el que es más difícil que nunca ejercer el poder y por
causas múltiples. Hablaré de ello más adelante, quiero terminar el argumento de
mi inquietud y es que nos desinteresamos de la política (los coaches también)
por incapacidad para asumir nuestra responsabilidad ciudadana o por ignorancia
de ella. Foucault se plantea “sólo
podría responder mediante la pregunta respecto de cómo podría no interesarme”. Qué tiene que ocurrir en nosotros para que
nos deje de interesar, qué simplificación del mundo y la vida, que olvido del
futuro, cómo podemos separar los valores de los políticos de aquellos que tiene
la sociedad de la que surgen y que los elige, qué calidad moral puede
permitirnos esa distancia, qué fantasía sobre nuestro individualismo.
Consideramos que el descrédito de las instituciones nos permite
posicionarnos en el no creer y no participar. Desde mi punto de vista el
auténtico problema es no creer en nada, sostener que alguien nos quitó los
pilares básicos que apuntalaban los
cimientos de una supuesta ingenuidad crédula. Sabemos que el cerebro humano es
realmente eficiente en encontrar explicaciones que le des-responsabilicen.
En su novela “El sentido de un final”, Julian Barnes pone en unos
jóvenes estudiantes de mi generación la provocadora posición que llamaban “el
escepticismo purificador”, aquel al que llegaban por la convicción racional de
que había que dudar de todo. El escéptico purificador postula no creer en nada porque nada es verdad
y paradójicamente se siente en posesión de esa verdad, que parece ser precisamente la única porque es la suya. Lamentablemente
es una verdad que les sitúa en la imposibilidad. El drama entonces es qué
proyecto es posible compartir desde ese punto de vista. Sólo parece dejarnos la
posibilidad de un mundo que podemos vivir como una nueva anarquía o como el
individualismo más exacerbado.
Quiero llegar con todo esto a plantear mi alegato de por qué los
coaches estamos invitados a poner nuestro talento al servicio de quienes mantienen
y alientan alguna dimensión de lo posible. Tenemos una oportunidad, un desafío
y una misión: colaborar a conservar la esperanza de que el mejor estado de lo
humano se produce en la experiencia de lo social, no porque no sepamos estar solos,
sino porque somos depositarios de sueños, de afectos y de capacidades
transformadoras, porque tenemos aspiraciones y una dimensión espiritual que nos
lleva a buscar el bien y la trascendencia. Y todo ello permite la existencia de
un proyecto común e inclusivo de las diferencias y las diversidades.
Termino este punto dejando mi pregunta ¿Podemos sustraernos los coaches
de participar ante el quiebre más importante que vivimos: nuestra incapacidad
para vivir la convivencia en sociedad?
Estamos hablando del Poder
Lo podemos expresar de diferentes maneras, más prácticas, más
simbólicas, más poéticas, pero cuando hablamos de coaching hablamos de
acompañar a otros a que desarrollen más poder en sus vidas, en sus profesiones
o en sus roles, sea reinterpretando su espacio, deshaciendo limitaciones o
construyendo nuevas capacidades de acción
Por eso cuando hablo de coaching político no quisiera confundir lo
político con lo público. Público o privado tienen una connotación de propiedad.
Político tiene una connotación de dirección y gobierno, de gestión de y hacia
la posibilidad. Tiene que ver con el poder. Por lo tanto no hace referencia
exclusiva a quienes están en el ámbito de la Política de Gobierno de Países,
Regiones, Municipios o de quienes forman parte de grupos que apoyan o se oponen
a ese Gobierno, sino también de aquellos que tienen que dirigir organizaciones
en un entorno complejo, porque cuando hacemos coaching político estamos
haciendo coaching al Poder.
Alguien podría decirme que quien tiene el poder no requiere coaching,
ya tiene ese poder. Como argumento para empezar a conversar es válido, si bien
enseguida nos encontraríamos con la posibilidad de trabajar la relación entre
ese ejercicio del poder y con el Sí mismo, con el yo de cada uno de esos
ejercientes y los daños que puede sufrir o con una de las más importantes
preguntas para quien tiene el Poder: ¿Poder para qué? O podríamos encontrar la
opción del coaching para el proceso de acceder al Poder o la forma de traspasarlo
y vivir sin él. No voy a desarrollar estas opciones en este artículo, quiero
centrarme en lo que ya antes anunciaba, en la dificultad de ejercer hoy el
poder, en lo que Moisés Naím llama el deterioro del poder en su
interesante libro “El fin del Poder” (Ed. Debate 2013)
Hace muchos años, cuando dirigía en España una Escuela de Negocios,
tuvimos una reunión con directivos de las empresas que eran nuestros
principales clientes, queríamos saber cómo mejorar el curriculum de nuestro
MBA, uno de ellos al llegarle el turno de palabra planteó: cada vez sabemos más
de finanzas, de marketing, de procesos, cada vez aplicamos mejor la tecnología
y mejoramos nuestros sistemas de selección de personas y retribución, pero no
logramos que la gente haga lo que queremos que haga. Aquella frase permaneció
en mi mucho tiempo, hasta que un día la decodifiqué en un mensaje que
constituye una de mis referencias: “Cada vez tenemos más conocimientos, más
medios y recursos, más procesos, pero tenemos menos poder”.
Nunca ha sido tan difícil ejercer el poder porque nunca ha sido tan complejo el escenario para
ejercerlo. Nunca quienes llegan a puestos de dirección o gobierno han quedado
tan sorprendidos por los numerosos límites a ese poder y por la facilidad para
perderlo, a no ser que opten por cambiar las reglas de juego y regresar al
autoritarismo y las dictaduras, encubiertas o no.
Una de las principales contribuciones del coaching político es
acompañar en el entendimiento de esos escenarios, de los múltiples factores y
actores que los conforman. Solo si el directivo político amplía su capacidad de
escuchar sensiblemente podrá intervenir con éxito en el mundo que tiene ante
sí. Y esa escucha supone aceptar los profundos cambios que están operando
velocidades inconcebibles hace unos años:
·
- Ha cambiado la relación entre tamaño y poder.
- · Se está transformando el sentido de representatividad. La mera elección o el nombramiento no es suficiente.
- · Las nuevas generaciones no quieren preservar las mismas cosas que querían preservar las anteriores.
- · Se han restringido los ámbitos de acción, la propia desconfianza sobre el comportamiento de los poderosos nos ha llevado a regulaciones y restricciones.
- · Los canales de comunicación han tenido cambios revolucionarios que permiten que las opiniones se generen de una forma distinta.
- · Esa facilidad para conectarse ha hecho que existan grupos de pensamiento que en otro momento hubieran requerido medios difíciles de obtener. Ante este fenómeno las instituciones y los partidos políticos están perdiendo su predominancia.
- · La velocidad de reacción actual de los grupos sociales obliga a los Gobiernos, y a quienes ejercen el poder, a tener planes alternativos que en el pasado no eran necesarios. No es fácil aplicar hoy la estrategia de los hechos consumados.
- · La aparición de pequeños actores que representan a pequeños grupos que atomizan la sociedad.
- · La pérdida de la esperanza en un mundo prometido que después fue traicionado por quienes tuvieron la oportunidad de construirlo está cambiando profundamente la actitud ante quienes detentan el poder.
La lista es muy
larga y no se agota en las viñetas anteriores, sólo pretendo dar cuenta de una
complejidad inusitada que concurre al mismo tiempo y sin señales de
término. No podemos decir, por tanto,
que no hay “quiebres” en el mundo del Poder, tal vez ello explique que no
motive a buena parte de la juventud a participar en él, lo que puede traernos
uno de los principales desafíos para quienes creemos en el valor de la
democracia, aunque esté pasando por un profundo resfrío.
Las preguntas con las que quiero terminar, para poner fin a este artículo, hacen referencia
al sentido de responsabilidad para intervenir en el mundo del que somos parte:
·
¿Puede ser el
coaching una herramienta para el empoderamiento ético?
·
¿Tienen los
políticos honestos quiebres para
requerir apoyo en la construcción de una convivencia y un mundo mejor?
·
¿Queremos
colaborar en ese mundo?
·
¿Qué nos lo
impide?
·
¿Podemos ser
Parte si nos desentendemos del Todo?
.
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