La invitación de Newfield Network para hablar sobre el aprendizaje en un número dedicado a aquellos que hoy tienen la fortuna de estar en el tránsito de aprender a ser coaches, constituye un honor y un gran desafío ¿Cómo hablar del aprendizaje en la Escuela de Julio Olalla, quien tantas veces y tan bien nos ha hablado de ello? Pensé seguir el camino de la evolución de mi propio escuchar desde el estudiante de coaching que fui, del posterior supervisor de grupos del ACP, del aliado y acompañante en la tarea de facilitar talleres con Julio en otra época o el de participante de congresos en los que Julio planteó el tema del aprendizaje y sus enemigos. Esa diferencia de escuchar da cuenta en sí misma de un proceso que podría servirme para acercarme al tema desde el testimonio personal del valor adaptativo del fenómeno de aprender.
Pensé releer los excelentes escritos de
Rafael Echeverría al respecto y otros autores a los que doy autoridad y
plantear cómo en la práctica esas ideas me han permitido agregar valor a
las organizaciones en mis roles de consultor y coach. Finalmente no
seguiré esos caminos, que recorrería con menos pericia que las fuentes
originales, aunque sin duda su eco resonará en mis palabras.
Permítanme que me conecte con el
profesor ordenado que vive en mí y que traiga algunos elementos que, tal
vez, requiero yo más que ustedes, los lectores, para estructurar mi
discurso. Me remonto así a la antigua (que no vieja) conversación de
Heráclito y Parménides que llegó a nuestra educación (al menos a la mía)
como el enfrentamiento de la inevitabilidad del cambio frente a la
deseabilidad de la permanencia. Así nos quedó una suerte de idea de
abocarnos a lo inevitable, para lograr lo deseable y lo deseable era la
permanencia. No es otra idea la que late en las palabras de Tomasi di
Lampedusa en su única novela titulada El Gatopardo “Si queremos que todo
siga como está, es necesario que todo cambie”.
Dejando a un lado los juicios de valor y
las evidentes diferencias de sus planteamientos, tanto en Parménides
como en Heráclito hay una aspiración del equilibrio del Ser, una manera
de permanecer. En este sentido podríamos declarar al cambio como la
variable de ajuste de la permanencia. Cambiamos para que algo que
deseamos permanezca, aunque sea nuestra esperanza. Y cuando ponemos el
foco en el cambio descubrimos que el aprendizaje es la variable de
ajuste del cambio.
Cuando aprendemos podemos adaptarnos a
los cambios conservando lo que decidimos conservar e incorporando nuevas
capacidades para enfrentar lo que antes no éramos capaces de enfrentar.
El aprendizaje es de esta manera una decisión.
Humberto Maturana nos dice que nuestras
decisiones se hacen cargo de lo que queremos conservar en cada instante,
aquello a lo que damos más importancia. Toda decisión tiene así un
aspecto conservador y la asunción de un costo, de algo que perdemos o de
un riesgo que aceptamos en aras de un bien mayor percibido.
Y digo todo esto para plantear el
desafío humano del aprendizaje para poder vivir una vida que
indefectiblemente transcurre en un mundo cambiante precisamente porque
ese propio mundo está vivo. No podríamos decidir no cambiar si queremos
seguir vivos, vigentes, capaces, felices en suma. Y cambiar significa
aprender. Visto así: vivir implica aprender. La muerte empieza en el
momento en que nuestra mente o nuestra biología ya no puede aprender a
adaptarse a desafíos que serán así los últimos. Por eso desaparecieron
las especies, morimos las personas, desaparecen las empresas y fracasan
las ideologías y los paradigmas.
¿Por qué nos resistimos entonces al
aprendizaje? Buena parte de mi experiencia de los 19 años que actúo en
las organizaciones con distinciones ontológicas me indica que cuando no
es ceguera cognitiva, donde no podríamos hablar en puridad de
resistencia (no me resisto a lo que no veo, simplemente no lo veo) nos
resistimos al aprendizaje por la ilusión de estar completos ya, o el
vértigo de ser insuficientes tras el cambio.
En el primer caso para qué cambiar si no
lo requerimos, piensa el ciego arrogante, en el segundo caso tememos
cambiar porque nos ponemos en riesgo. Si nos reconociéramos y
aceptáramos profundamente incompletos, pero a la vez tuviésemos
esperanza en la vida y fe en nosotros, dejaríamos de vernos como una
estructura cerrada (completa ya o incompletable) y nos animaríamos a la
experiencia de aprender.
Es en este sentido que vivo el coaching
directivo (al que me dedico) como el acompañamiento del proceso de
aprendizaje de quienes están en posiciones de dirección o quieren
acceder a ellas y es este un tránsito que va desde la ampliación de la
autopercepción del coachee, pasando por el desarrollo de una escucha
sensible y más amplia de las señales del entorno y de la complejidad de
sus interacciones, hasta el fortalecimiento de la capacidad para tomar
decisiones y el diseño de nuevas prácticas en las que pueden requerirse
también nuevas competencias.
El aprendizaje, en la medida que nos
transforma nos permite también transformar el espacio en el
que operamos. Quiero hacer un alcance en este sentido. Sostengo que cada
espacio concreto está sujeto a reglas y dinámicas propias y tiene su
lenguaje específico y digo esto porque cuando queremos, como coaches,
acompañar el aprendizaje de otros, requerimos manejar distinciones
relacionadas con el mundo en que éstos se mueven. No creo que se pueda
ser un buen coach directivo sin conocer el proceso de dirigir y el mundo
de las organizaciones, ni ser un buen coach político sin conocer la
dinámica de lo político, como ya he comentado varias veces en mis
charlas y escritos.
Hoy el mundo de las organizaciones
también se enfrenta al dilema de la permanencia de su propio Ser ¿Cómo
seguir existiendo en el tiempo? ¿Cómo adaptarse a las nuevas demandas de
clientes o ciudadanos? Si algo quiere una organización es perdurar y
para ello debe transformarse. Recuerdo al poco de llegar a Chile que
trabajando en el proceso de modernización del Estado me correspondió
trabajar en una consultoría para el FOSIS (Fondo de Solidaridad e
Inversión Social) y ya entonces planteábamos ¿Se dan cuenta que ser
efectivos y lograr la superación de la pobreza en Chile supone estar
dispuestos a que desaparezca el FOSIS? En realidad queríamos desafiarlos
a que estuvieran dispuestos a transformar su Misión y prepararse para
poder prestar otros niveles de servicio social. Adelantarse a ser
válidos para el mundo que ellos mismos estaban propiciando. Hoy Chile
vive las consecuencias de seguir pensando en términos de superación de
la pobreza y no de la desigualdad.
Las organizaciones quieren permanecer,
quieren conservar sus logros, quieren seguir contando con las lealtades
de los clientes. Y la sorpresa sobreviene al darse cuenta que para
mantener eso tienen que empezar a dejar de hacer lo que en otro momento
hicieron y cambiar. A eso se refiere Lampedusa detrás del tono cínico de
su planteamiento. Esa es la misma sorpresa de los políticos del siglo
21, al darse cuenta que para mantener la satisfacción ciudadana ya no
sirve lo que sirvió. Tienen por tanto que escuchar más atentamente los
requerimientos de una ciudadanía emergente y aprender nuevas formas de
constituirse en oferta.
¿Por qué nos cuesta aceptar entonces que
seguimos siendo aprendices si parece tan evidente la necesidad del
aprendizaje? Lo primero que aprendí en mi formación y práctica del
coaching es que “El saber SÍ ocupa lugar”, de alguna manera nuestra
mente está llena de paradigmas que impiden la entrada de otros que
consideramos inviables y decretamos incorrectos o imposibles desde la
matriz de los anteriores.
Necesitamos desaprender, debemos
vaciarnos, para que entre agua nueva. Y, desde luego, eso es incómodo.
Este aprendizaje necesita de otra mente, requiere que vayamos contra
nuestros hábitos, que practiquemos el desapego de las propias ideas,
abandonar lo que funcionó y una vez más eso significa confiar en nuestra
capacidad para seguir siendo suficientes, aceptando que en un momento
no lo seamos. Al avanzar caminando hay un instante entre un paso y otro
que una parte de nosotros no se apoya en el suelo firme, avanzamos en el
vacío. Requerimos aceptar y confiar en nuestro manejo del vacío.
Cuando no tenemos esa confianza, solo
nos queda el recurso de aferrarnos a lo que consideramos sólido y
seguro, aquello que nos funcionó y que ahora nos llevará al fracaso.
Hoy creo saber que esa confianza sin
seguridad, tiene que ver con la capacidad de aceptarnos vulnerables. Los
niños aprenden porque aceptan su vulnerabilidad. Y en esa aceptación
nos muestran su grandeza.
Todo esto es fácil decirlo pero hay que
ser capaces de abandonarnos a la experiencia de tocar el fondo de
nuestro vacío y esta conversación no es fácil tenerla con el Gerente
General de una gran empresa, incluso es poco recomendable plantearla sin
el contexto relacional que permita que dos seres humanos se miren
fijamente a los ojos y comprendan que están hablando desde la
profundidad de sus existencias, de sus desafíos, de sus luces y sus
miserias.
Por este camino transita el aprendizaje
transformacional y por el mismo camino transita el coaching. Nos
resistimos a aprender cuando nos sentimos insuficientes o pensamos que
vamos a ser insuficientes si damos cierto paso y, como el caracol que se
mete en su concha, nos encerramos en nuestro caparazón de saberes,
prácticas y teneres, aunque en el fondo de nosotros tengamos la sospecha
que también con él somos insuficientes para el mundo que rápidamente
cambia a nuestro pesar. Claro que el falso alivio es que pensamos que
eso sólo lo sabemos nosotros, que los otros no se van a dar cuenta, que
desde la posición que ostentamos estamos protegidos, porque no entra la
luz develadora o porque podemos desviar su atención con una lista de
urgencias que nos salve.
Una de las sorpresas más frecuentes hoy
para las organizaciones y sus directivos con respecto al aprendizaje es
que creen que se trata de aprender algo concreto y descubren que la
velocidad del mundo en el que habitamos nos requiere a aprender a vivir
de una forma distinta. Por eso el lenguaje en las organizaciones ha
empezado a cambiar, ya no se plantea la necesidad de aprender una
técnica o una nueva teoría, el desafío es aprender a mirar de una forma
distinta, cambiar nuestra matriz de interpretación. Este pensamiento
emergente es muy desmoralizador para muchos de nuestros gerentes y sin
embargo, visto como un desafío supone instalar en nosotros una dinámica
de aprendizaje que nos acerca a una mayor capacidad de enfrentarnos a la
obsolescencia, de estar más vivos y ser más protagonistas del futuro.
Pero no es sólo un cambio de la
naturaleza del aprendizaje, a la vez implica que éste ya no se concentra
en una etapa de la vida. A mí me enseñaron que si me enfocaba en
aprender hasta una cierta edad, podría luego rentabilizar mi aprendizaje
el resto de la vida, no muy tarde aprendí que eso no era realmente así y
que debería estar actualizando mis conocimientos constantemente. Ahora
sé que el concepto de actualización aún está dentro del mismo paradigma,
que tengo que estar preparado para empezar a vivir a los 60 años, que
no es suficiente estar atento para no perder el compás del ritmo de los
cambios que debería ser un protagonista de esos cambios. Estamos
entonces abocados a reconfigurar el propio sentido del descanso como
alguna vez lo vimos, el propio sentido de lo que llamamos cambio o de lo
que consideramos incertidumbre.
Aprender a aprender no es sólo una
competencia para optimizar nuestra capacidad de aprendizaje, es una
transformación de nuestra manera de estar en nuestro propio Ser. Se
trata de un inmenso desafío personal y para quienes somos o para quienes
van a ser coaches, la posibilidad de acompañar un proceso humano
intenso, todo un privilegio, gracias a este instrumento de alto impacto
que es el coaching ontológico.
Artículo publicado en la Newsletter de Julio 2014 de Newfield Netwok y en su web
No hay comentarios:
Publicar un comentario