De niño en las
ferias de los pueblos y ciudades de España solían haber casetas de espejos
deformantes, a veces se llamaban espejos mágicos o espejos locos y en ellos
podías verte delgado y alto, gordo y bajito, de largas piernas y tronco corto,
de esbelto tórax y paticortos. Nos gustaba quedarnos mas tiempo viéndonos altos y delgados, como
quijotes, más que "sanchopanzas". Era lógico. Gusta más, vende más.
Hasta que
llegábamos a explicarlo por la física de las leyes ópticas resultaba un
misterio pensar que podría haber ojos, que como esos espejos, nos vieran de
forma tan distinta.
Mas tarde, la
vida nos volvía a la lógica del misterio y a esa posibilidad que tenemos los
seres humanos de vernos como más nos interesa, de quitar de la lente con la que
nos miramos nuestros errores, las deformidades de nuestro actuar y de ser
inclementes, sin embargo, con los que nos rodean. Con frecuencia hacemos eso en
nuestras interpretaciones de nosotros y el entorno.
También hay espejos más comprometidos con la
intención de ser mejores seres humanos, mejores profesionales, mejores
directivos, a los que algunas veces acudimos, movidos por el genuino interés de
hacernos mejor a nosotros, a la sociedad de la que somos parte y al mundo al
que pertenecemos. Quiero terminar este tumultuoso 2015 apostando por esta esperanza.
Cada vez que nos
acercamos al final de un periodo (el año emblemáticamente lo es) nos surge una
tendencia al balance ¿Qué hicimos? ¿Qué no hicimos?. A menudo nos conformamos
con lograr una foto lo más fiel posible de lo que nos pasó. Algo que se parecería
a la concepción “contable” de un balance. Este artículo apunta a la necesidad más estratégica de mirarnos en
el espejo para aprender y buscar la imagen distinta que emerge, a partir del aprendizaje que puede
darnos lo vivido. Podríamos llamarlo una concepción transformadora del balance.
Ronald Heifetz, en su ya manida metáfora, lo llama “subirse al
balcón”, salir de la regularidad de lo cotidiano, despojarnos de la
contingencia y observar cómo operamos, qué nos está pasando, que conversaciones
recurrentes tenemos, que trampas seguimos pisando cada día, cómo y dónde
construimos posibilidad e imposibilidad. Se trata de un proceso de alejarnos para
mirarnos, sin el peso de la emoción que nos nuble y de las dinámicas de
intereses de cada momento, para poder acercarnos con otras posibilidades de
intervenir.
Las
interpretaciones poderosas, de las que tanto hablamos, no son las que leen con
clarividencia lo que pasó (siendo esto importante) , sino las que nos permiten
intervenir más efectivamente en el futuro y vivir el presente con mayor nivel
de conexión y de consciencia.
No se trata de
obtener más información, sino de generar más conocimiento para la acción,
especialmente cuando actuar tiene consecuencias en nuestra vida, sea en el
ámbito laboral o en cualquiera de los que nos conforman como somos.
Esto podría
servirnos para muchos aspectos, queda a la libertad del lector elegir el suyo.
En estas líneas quiero centrarme en el difícil espacio del SER. A lo largo de 22 años de coaching a cientos de
directivos, finalmente lo distintivo, no son las técnicas, sino las comprensiones,
no tiene que ver en cuánto hacen, sino con cuánto y quienes SON, eso es lo que
marca la diferencia, qué hacer
incorpora más su ser, o dicho de otra
forma, hasta qué punto cuando actúan siguen sus creencias más profundas, siguen
sus convicciones y se ponen al servicio de aquello en lo que verdaderamente creen.
Esa es la forma de dejar de ser autómatas de un sistema que nos aliena.
Mirarse en el
espejo de un año permite preguntarse quién estoy siendo a partir de lo
vivido, qué
opciones estoy tomando realmente en el mundo que habito, dejando a un lado las
explicaciones, cuán lejos estoy de quien quiero ser. Nos permite enfrentarnos a
un pensar comprometido que frecuentemente eludimos. Me viene a la memoria la
frase de Gandhi “Sé el cambio que quieres ver en el mundo ”.
Una frase que a la que cada día
encuentro un sentido más profundo
Los análisis nos
permiten un pensamiento estratégico, pero la involucración de quien somos nos
permite transformar nuestra vida. Es decir cuando nos quedamos en el análisis es
porque hay un temor que nos impide meternos a nosotros mismos en lo que decimos
querer.
¿Cuántas
semillas de futuro hay en nuestros balances del pasado? ¿Cuánta transformación
potencial estoy dispuesto a hacer? Ahí está el auténtico protagonismo y si además
soy directivo puedo abrirme a la
pregunta ¿Qué oportunidad es para los otros ese futuro con el que me comprometo?
Y me viene a la mente ahora la frase del gran profesor y escritor de management
Charles Handy, que uso en los talleres de liderazgo: “Lo más
excitante del futuro es que podemos darle forma”. Es decir depende de
nosotros, no está escrito, podemos ser autores de finales diferentes.
¿Cómo no
involucrarnos en esto sin perder la consciencia de nuestra vida y nuestro rol?
¿Cómo es posible vivir de acuerdo a cualquier idea del bien sin incluir a los
otros, sin incluir el respeto al sistema y a todos sus componentes? Y, a la vez
que con el transcurso de los años creo en la importancia de la apertura y la
flexibilidad, me pregunto qué radicalidad necesito incluir en mi propia vida
para SER y me inclino a responder que es la radicalidad de la coherencia.
Algunos de mis
coaching más recientes (esas casualidades providenciales) están teniendo que
ver con directivos que han constituido su SER en el HACER y que se sienten
ausentes de si mismos y de lo que realmente dicen querer. Otra variante es la
de quienes han construido su SER en el SABER y de alguna forma perciben que se
pueden quedar en el pasado, porque la innovación y la incertidumbre de las que
tanto hablamos, traen consigo la necesidad de atreverse a transitar por el
no-saber, por ese momento de vacío en el que la única liana en la que
sostenerse es la de la confianza en nosotros mismos, en quienes somos y en la
vida que tenemos como un don.
Tiempo de
balances, sí, pero ojalá no sea un tiempo de fotos indulgentes y fijas, no
sea una foto del año que se va, sino del año que dejamos nosotros, en busca de
un tiempo nuevo, más pleno y más coherente, gracias a todos los aprendizajes
que el espejo nos muestra.
Desde la
perspectiva ontológica acostumbramos a plantearnos una pregunta inteligente
como es ¿Qué oferta queremos ser para el mundo?, aún le quitaría en este final
del 2.015 alguna capa de egocentrismo posible y tomando la mirada de Otto Scharmer me
preguntaría ¿Qué es lo verdaderamente
esencial para la vida y para ser quienes queremos ser
y representar el rol que elegimos conscientemente
tener?
Sin duda, redundantemente respondería, ser seres humanos más esenciales y profundos. Pura coherencia. Así de sencillo y de difícil.
Sin duda, redundantemente respondería, ser seres humanos más esenciales y profundos. Pura coherencia. Así de sencillo y de difícil.