domingo, diciembre 13, 2015

El tiempo vivido puede ser un espejo

De niño en las ferias de los pueblos y ciudades de España solían haber casetas de espejos deformantes, a veces se llamaban espejos mágicos o espejos locos y en ellos podías verte delgado y alto, gordo y bajito, de largas piernas y tronco corto, de esbelto tórax y paticortos. Nos gustaba quedarnos  mas tiempo viéndonos altos y delgados, como quijotes, más que "sanchopanzas". Era lógico. Gusta más, vende más.

Hasta que llegábamos a explicarlo por la física de las leyes ópticas resultaba un misterio pensar que podría haber ojos, que como esos espejos, nos vieran de forma tan distinta.

Mas tarde, la vida nos volvía a la lógica del misterio y a esa posibilidad que tenemos los seres humanos de vernos como más nos interesa, de quitar de la lente con la que nos miramos  nuestros errores, las deformidades de nuestro actuar y de ser inclementes, sin embargo, con los que nos rodean. Con frecuencia hacemos eso en nuestras interpretaciones de nosotros y el entorno.

También hay espejos más comprometidos con la intención de ser mejores seres humanos, mejores profesionales, mejores directivos, a los que algunas veces acudimos, movidos por el genuino interés de hacernos mejor a nosotros, a la sociedad de la que somos parte y al mundo al que pertenecemos. Quiero terminar este tumultuoso 2015 apostando por esta esperanza.

Cada vez que nos acercamos al final de un periodo (el año emblemáticamente lo es) nos surge una tendencia al balance ¿Qué hicimos? ¿Qué no hicimos?. A menudo nos conformamos con lograr una foto lo más fiel posible de lo que nos pasó. Algo que se parecería a la concepción “contable” de un balance. Este artículo apunta  a la necesidad más estratégica de mirarnos en el espejo para aprender y buscar la imagen distinta que  emerge, a partir del aprendizaje que puede darnos lo vivido. Podríamos llamarlo una concepción transformadora del balance.


Ronald Heifetz, en su ya manida metáfora, lo llama “subirse al balcón”, salir de la regularidad de lo cotidiano, despojarnos de la contingencia y observar cómo operamos, qué nos está pasando, que conversaciones recurrentes tenemos, que trampas seguimos pisando cada día, cómo y dónde construimos posibilidad e imposibilidad. Se trata de un proceso de alejarnos para mirarnos, sin el peso de la emoción que nos nuble y de las dinámicas de intereses de cada momento, para poder acercarnos con otras posibilidades de intervenir.

Las interpretaciones poderosas, de las que tanto hablamos, no son las que leen con clarividencia lo que pasó (siendo esto importante) , sino las que nos permiten intervenir más efectivamente en el futuro y vivir el presente con mayor nivel de conexión y de consciencia.

No se trata de obtener más información, sino de generar más conocimiento para la acción, especialmente cuando actuar tiene consecuencias en nuestra vida, sea en el ámbito laboral o en cualquiera de los que nos conforman como somos.

Esto podría servirnos para muchos aspectos, queda a la libertad del lector elegir el suyo. En estas líneas quiero centrarme en el  difícil espacio del SER. A  lo largo de 22 años de coaching a cientos de directivos, finalmente lo distintivo, no son las técnicas, sino las comprensiones, no tiene que ver en cuánto hacen, sino con cuánto y quienes SON, eso es lo que marca la diferencia, qué hacer incorpora más su ser, o dicho de otra forma, hasta qué punto cuando actúan siguen sus creencias más profundas, siguen sus convicciones y se ponen al servicio de aquello en lo que verdaderamente creen. Esa es la forma de dejar de ser autómatas de un sistema que nos aliena.

Mirarse en el espejo de un año permite preguntarse quién estoy siendo a partir de lo
vivido, qué opciones estoy tomando realmente en el mundo que habito, dejando a un lado las explicaciones, cuán lejos estoy de quien quiero ser. Nos permite enfrentarnos a un pensar comprometido que frecuentemente eludimos. Me viene a la memoria la frase de Gandhi Sé el cambio que quieres ver en el mundo ”. Una frase que  a la que cada día encuentro un sentido más profundo

Los análisis nos permiten un pensamiento estratégico, pero la involucración de quien somos nos permite transformar nuestra vida. Es decir cuando nos quedamos en el análisis es porque hay un temor que nos impide meternos a nosotros mismos en lo que decimos querer.

¿Cuántas semillas de futuro hay en nuestros  balances del pasado? ¿Cuánta transformación potencial estoy dispuesto a hacer? Ahí está el auténtico protagonismo y si además soy directivo puedo abrirme  a la pregunta ¿Qué oportunidad es para los otros ese futuro con el que me comprometo? Y me viene a la mente ahora la frase del gran profesor y escritor de management  Charles Handy, que uso en los talleres de liderazgo:  Lo más excitante del futuro es que podemos darle forma”. Es decir depende de nosotros, no está escrito, podemos ser autores de finales diferentes.

¿Cómo no involucrarnos en esto sin perder la consciencia de nuestra vida y nuestro rol? ¿Cómo es posible vivir de acuerdo a cualquier idea del bien sin incluir a los otros, sin incluir el respeto al sistema y a todos sus componentes? Y, a la vez que con el transcurso de los años creo en la importancia de la apertura y la flexibilidad, me pregunto qué radicalidad necesito incluir en mi propia vida para SER y me inclino a responder que es la radicalidad de la coherencia.

Algunos de mis coaching más recientes (esas casualidades providenciales) están teniendo que ver con directivos que han constituido su SER en el HACER y que se sienten ausentes de si mismos y de lo que realmente dicen querer. Otra variante es la de quienes han construido su SER en el SABER y de alguna forma perciben que se pueden quedar en el pasado, porque la innovación y la incertidumbre de las que tanto hablamos, traen consigo la necesidad de atreverse a transitar por el no-saber, por ese momento de vacío en el que la única liana en la que sostenerse es la de la confianza en nosotros mismos, en quienes somos y en la vida que tenemos como un don.

Tiempo de balances, sí, pero ojalá no sea un tiempo de fotos indulgentes y fijas,  no sea una foto del año que se va, sino del año que dejamos nosotros, en busca de un tiempo nuevo, más pleno y más coherente, gracias a todos los aprendizajes que el espejo nos muestra.



Desde la perspectiva ontológica acostumbramos a plantearnos una pregunta inteligente como es ¿Qué oferta queremos ser para el mundo?, aún le quitaría en este final del 2.015 alguna capa de egocentrismo posible y tomando la mirada de Otto Scharmer me preguntaría ¿Qué es lo verdaderamente esencial para la vida y para ser quienes queremos ser y  representar el rol que elegimos conscientemente tener?  

Sin duda, redundantemente respondería, ser seres humanos más esenciales y profundos. Pura coherencia. Así de sencillo y de difícil.

miércoles, diciembre 02, 2015

Coaching y Literatura (y 2)


Sigo completando la reflexión que inicié en la columna del nº 4 de la revista digital "Conversaciones de Coaching", sobre ese punto en el que el coaching y la literatura se encuentran y pueden dar lugar a una escenificación virtuosa que busca respuestas escondidas en el fondo del alma, allí donde se encuentra la palabra.

Coaching y Literatura comparten el poder del lenguaje, el poder de la palabra. La palabra que describe, la palabra que crea, la palabra que abre, la que cierra, la que ilumina, la que confunde y encubre, la que entrega, la que oscurece.

En algún momento he detenido la conversación de coaching un instante para repetir la frase del coachee, como en esas obras de teatro en las que entra en escena el silencio y se subraya algo que el otro dijo antes: ¿Qué hay detrás de esta frase? ¿Qué dolor, qué sospecha, qué escudo…? Pueden venir muchos qué, se trata de cortar la explicación que se aleja del centro de la angustia, o de la confusión en la que hay que seguir habitando hasta convertirla en duda.

No olvidemos que la duda ha servido siempre para avanzar hacia una nueva luz, al final es sólo la provisional ausencia de una respuesta a la que no llegamos aún. Otra cosa es la confusión, ese estado anterior en la que no tenemos pregunta.

Cada palabra puede ser una perla, así aprendimos a leer, buscando perlas en las páginas de un libro. Todas tienen su valor y su oportunidad. En la literatura, en la medida en la que cumplan su rol de situar al personaje y su escenario, en el coaching, en la medida en la que develan una intención, una inquietud, un camino hacia delante o hacia atrás.

Poner en contacto con la Palabra con mayúscula, en el sentido de poner en contacto con la propia voz, esa voz en la que radica lo más auténtico del ser, donde se aloja la grandeza y la belleza del misterio más profundo, donde la vida, la mezquindad, la política, la gestión o el arte tienen el destello más prístino y legítimo.

Pongo por ejemplo los versos de Antonio Machado, que más de una vez me han llenado los ojos de lágrimas, se encontraron en el bolsillo de su gabán en el momento de su muerte “Estos días azules y este sol de la infancia”. Se han escrito después cientos de poemas para completarlos, para sacar todo el dolor del poeta desterrado en Colliure, la melancolía de sus patios de Sevilla y de sus campos de Soria. Hagámosle coaching.

El coach se sienta ante él y lo mira, guarda silencio y repite “Estos días azules…”. Probablemente ya se ha creado una sintonía que permite desgranar la esperanza, estos días azules en los que no, o estos días azules en lo que al fin o en los que tal vez podría. Y este sol de la infancia que ya, este sol de la infancia que fue, que nunca, que siempre. Y siempre sin quitar los ojos de los ojos de él/ella.

Otro poeta de mi juventud, Blas de Otero, escribió el libro “Pido la paz y la Palabra” y con ese nombre he titulado muchas de las sesiones de coaching que he tenido con hombres y mujeres esclavos de juicios y de paradigmas, observadores incipientes de su propia coraza.

Escribo
en defensa del reino
del hombre y su justicia. Pido
la paz
y la palabra. He dicho
«silencio»,
«sombra»,
«vacío»
etcétera.
Digo
«del hombre y su justicia»,
«océano pacífico»,
lo que me dejan.
Pido
la paz y la palabra.


Blas de Otero, pedía el derecho a la paz en un país violentado, el derecho a expresar, a decir, a negar. El derecho a recuperar la dignidad que la palabra representa, porque detrás de la palabra siempre hay una voz o está su ausencia, representada por una letanía monocorde.

¿Qué paz estas buscando? ¿Qué escalera has de subir para que tu grito se oiga? ¿Cuál es ese grito? ¿Qué voz es la que quieres que resuene? ¿Y entonces qua has de hacer? ¿Y por qué no te atreves?


Es más fácil que el coachee encuentre su verso, que lo recite, que desde él, ya sin metáforas, deje que  su personaje cobre vida y se busque. Claro que no a todos los coaches les gusta la literatura y menos la poesía, sin embargo en ella se encierra un infinito y conmovedor poder, que está a nuestra disposición. Quizás ese sea el punto del camino al que deba llegar en el futuro, a facilitar ese encuentro. ¡Quién sabe! Sólo se que este artículo lleva tiempo persiguiéndome. Aquí lo dejo.