Jesús, liderazgo amoroso e
incluyente: Mi experiencia
A mi vida llegaron dos Jesuses. Tal vez fui un niño
afortunado por esa abundancia. Mi madre, católica, me presentó al Hijo de Dios,
al Jesús Divino que vino a salvarnos del pecado, porque la naturaleza humana
tendía al mal si es que no era guiada de manera firme por preceptos y
mandamientos que Jesús vino a dejarnos, a la vez que se inmolaba por nuestra
culpa.
Mi buena madre no había leído a San Isidoro de Sevilla pero
pensaba como él que “Por voluntad divina la
pena de la servidumbre fue impuesta al género humano por el pecado del primer
hombre” y aunque tampoco
leyó a Maquiavelo también creía que sin temor no era posible evitar el mal.
Mi padre, ateo, me trajo a un Jesús revolucionario, su revolución tenía
que ver con la igualdad de mujeres y hombres, tenía que ver con el perdón, con
la superación y el bien. Mi padre ateo pensaba que el mal venía de los
totalitarismos, que Jesús era misericordioso y que era Hombre, que su figura
era un ejemplo para que los seres humanos creyésemos en nuestro propio poder y
en la posibilidad de un mundo mejor en la tierra, como la manera de alcanzar la
eternidad de una especie en donde las huellas que dejaran fueran por siempre
recordadas.
La vida me llevó a seguir a este Jesús hombre que no requería la ventaja
competitiva de ser Hijo de Dios para mostrarnos que cada uno de nosotros
contenía en su corazón la capacidad de evitar ser “una campana que resuena o un platillo que retiñe” y sí ser una
posibilidad fraternal para el resto de la humanidad y para el universo del que
formamos parte. Una vez, siendo aún púber, me dijo: “La lengua de Jesús hoy,
sería el esperanto” y yo no lo entendí. Era pronto para comprender esa visión
integradora y cósmica.
Mucho después, estudiando un tema que me interesa tanto, como es el
Liderazgo, me he preguntado ¿Qué hizo que Jesús de Nazareth movilizara a 12 hombres sencillos para ser el
punto de ignición de uno de los movimientos más importantes de la humanidad y
que éstos llegaran a cientos y luego a miles y a millones y miles de millones de personas a lo largo de
2000 años? Mi respuesta es que les hizo creer en sí mismos, les hizo tener el
sueño del bien en la tierra, a vivir la opción del servicio y la felicidad que éste nos da.
Tras muchas décadas de hablar de un liderazgo centrado en
tareas y resultados,
hoy volvemos a mirar el presente desde una óptica
diferente. Hemos ido creando un mundo complejo, individualista y hostil y para
volver a tener esperanza requerimos regresar a una mirada como la que Jesús nos
propone, requerimos que sean los valores de la autenticidad, de la cooperación
y el servicio los que nos muevan, requerimos creer en las instituciones y en el
ejemplo, requerimos legitimar a los otros y a sus miradas diversas.
Y cuando me pregunto ¿Qué hace que alguien que durante tanto
tiempo se ha declarado agnóstico como es mi caso se declare seguidor de Jesús?
Sin duda la respuesta es que si en algo creo es en el Amor, en la fuerza
transformadora del amor y las conductas que de él se derivan: la misericordia
y el perdón. Una de las enseñanzas del
hombre de Nazareth que me conmueve es la forma en que responde a escribas y
fariseos cuando quieren hacerle caer en una trampa y le preguntan por la mujer
adúltera ¿Qué haría él con esa mujer descubierta en su delito? ¿Transgrediría
la Ley, liberándola? ¿Aplicaría la pena correspondiente desdiciéndose de sus
hermosos discursos? Y Jesús les contesta «Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera
piedra.».
A ese
liderazgo sigo y en ese liderazgo creo, en el que transmite la responsabilidad
a los otros y les pone en contacto con valores más profundos ¿Puede una Ley ser
más importante que los valores que se hacen cargo de la esencia de la condición
humana? ¿Podemos exigir a los demás lo que no nos exigimos nosotros? ¿Podemos
ser ciegos a nuestras propias miserias? ¿Permite algún motivo excluir a un ser
humano de los derechos de los demás humanos?
Jesús de forma muy distinta a lo que, en mi opinión, después ha hecho su Iglesia o partes de ella en determinados momentos de la historia, de manera muy distinta, siempre a mi juicio, a cómo se manifiestan algunos de los grupos políticos que dicen basarse en su doctrina, no pone condiciones para ser legítimo, para ser perdonado.
Jesús incluye a los pecadores, a los que no creen en él, incluso a los fariseos que tratan de ponerle una trampa. Jesús recibe el beso de Judas y lo perdona. Saulo de Tarso lo interpreta cuando dice en su carta a los Corintios: “El amor es paciente, es servicial; el amor no es envidioso, no hace alarde, no se envanece, no procede con bajeza, no busca su propio interés, no se irrita, no tiene en cuenta el mal recibido, no se alegra de la injusticia, sino que se regocija con la verdad. El amor todo lo disculpa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”.
¿Qué le da entonces a Jesús su cualidad de líder por dos mil años? ¿Qué le permite ser líder de ateos como mi padre, de quienes dudan de su divinidad como yo o de católicos como mi madre? Creo que para entender el fenómeno del liderazgo hay que entender el fenómeno del seguimiento y esto nos lleva a mirar nuestra condición humana, los anhelos y aspiraciones de nuestra alma. Estoy seguro que si algo necesitamos es ser amados, ser reconocidos, encontrar sentido a lo que hacemos, tener la percepción de consistencia, saber que dejamos una huella en el mundo, que formamos parte de un todo que nos hace miembros de una comunidad más trascendente que nosotros mismos y Jesús muestra su grandeza de líder interpretando aquello que requerimos sus seguidores, de una forma que nos llega viva, revolucionaria y creativa, aunque hayan transcurrido siglos.
Amor, sentido, consistencia, huella que nos sobrevive, humildad, misericordia. He aquí algunas de las claves de su estilo. Alguna vez cuando he trabajado a través del coaching en el desarrollo de liderazgo de otros y me han dado permiso para ello, he seguido el camino de algunas preguntas basadas en su enseñanza: ¿Qué harías si amaras a tus colaboradores? ¿Por qué deberían seguirte, qué sentido les ofreces? ¿Qué pueden aprender de tu ejemplo? ¿A quién puede servirle lo que hagas con ellos y en ellos? ¿Qué les pides que no te pides a ti mismo? ¿Necesitas tenerlo todo claro para liderar a quienes te rodean?
En una ocasión uno de mis coachees me dijo que el primer día yo le había hablado de la confidencialidad del coaching y pronuncié la palabra confesionario y que luego le había aclarado (posiblemente de forma innecesaria) que yo no era religioso, sin embargo detrás de aquellas preguntas que le estaba haciendo, él veía claramente la conexión con su religión cristiana. Fue la primera vez que alguien me mostró cuán seguidor era yo de Jesús, cuán presente está en mi vida, aunque no requiera de su divinidad. Desde entonces y teniendo en cuenta que muchos de aquellos a quienes he acompañado en su desarrollo eran creyentes no he dudado en usar su cercanía para preguntar ¿Qué crees que haría Jesús en este caso? ¿Crees que Jesús tuvo claro todo? ¿No le dijo a su padre en la cruz mostrando su extrañeza “¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado? ¿No es arrogante por nuestra parte querer tener todas las seguridades? ¿No fue su última frase “Padre en tus manos encomiendo mi espíritu”?
Hay en esta actitud de Jesús una primera señal de lo que hoy llamamos liderazgo adaptativo, valores más que reglas, visiones y parábolas más que mapas de una certeza que nunca es posible tener. Este hombre de Nazareth es el que me convoca, el que alude al más grande y conocido de los secretos.
El secreto de Jesús- líder es el amor, por eso comparto la frase de Saulo: “Aunque tuviera el don de la profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, aunque tuviera toda la fe, una fe capaz de trasladar montañas, si no tengo amor, no soy nada.” El estilo de Jesús está basado en el amor y no en el miedo, en la posibilidad y no en la imposibilidad, en la trascendencia y la felicidad y no en el castigo. Y es a través de su amor que nos ofrece la oportunidad de una experiencia mística de unidad con todos los seres humanos de cualquier creencia, color, opción sexual. Un Cristo incluyente y servidor.
Esa es la figura del Jesús que escogí y se quedó en mi vida. Aquellos dos Jesuses terminaron siendo uno. Tal vez mi padre ateo era el hijo pródigo que al regresar a casa me dejó ese legado que nunca dejaré de agradecerle. Gracias Marcelino, gracias padre.