domingo, abril 24, 2011

Y de nuevo la Felicidad

En mi último “Arte de dirigir” hablaba de la felicidad, más exactamente del directivo como constructor de felicidad y si hoy vuelvo a ello es porque la columna generó varias conversaciones de fondo y porque mi amigo Marcelo Krynski, que suele devolverme reflexiones interesantes me hizo pensar y darle una vuelta más para dejar claro mi mensaje . Esto, unido a que en mis talleres de estas últimas semanas ha aparecido el servir como tarea directiva y digo “ha aparecido” porque aunque he sido yo quien ha sacado el tema, no estoy tan seguro que su forma de aparecer en mi discurso no tenga su propia fuerza de la que yo sea un simple mediador.


Veamos lo que dice Krynski: “Querido Juan: Gracias por compartir estas inquietudes. Coincido en el trasfondo de tu planteo de aumentar la productividad a partir del desarrollo de las personas.
A la vez creo que, tanto el coaching como disciplina que facilita la “búsqueda” de mejores resultados como, la “búsqueda” de felicidad son aspectos sobre los que personalmente decidí realizar un giro porque así planteado me dejaban atrapado una y otra vez.

Vengo comprobando que la “búsqueda” nos deja a menudo insatisfechos con el presente pues “lo bueno está siempre en otra parte”.

Me gusta lo de CONSTRUCCIÓN. Simplemente que, a mi juicio, LA CONSTRUCCIÓN ES DE UN ESTADO y no de un resultado aunque este se llame felicidad.

Prefiero construir y cuidar un estado de lucidez día a día y que, una vez consolidado, se convierta en un estilo de vida que me permita convivir en paz con las contingencias y sorprenderme con lo inesperado”.

Lo primero que quiero decirle a Marcelo es que percibo que en el fondo estamos de acuerdo, pero también al leerle me pasan cosas a mí, por ejemplo no formulo que aumentemos la productividad a partir del desarrollo de las personas, sino que el desarrollo de las personas y el facilitar con ello una experiencia que favorezca su felicidad contribuye a la productividad. Puede ser una mera disquisición semántica, pero hoy tiene sentido para mí plantearla, porque creo que el orden de los factores altera los énfasis y que son las empresas que tienen una genuina consideración de que realmente las personas son primero las que logran y me atrevo a decir que lograrán permanecer en el tiempo.


La felicidad o aquella experiencia interior que nos acerca a una plenitud es un resultado, es cierto, lleva razón Marcelo, pero ¿Acaso los resultados no pueden ser previamente objetivos? Es verdad que tras el verbo buscar podemos vernos enredados en un cierto frenesí, en la generación de una adicción. Aclaro entonces que no hablo de eso, sino de esa búsqueda interior que nos lleva al conocimiento, a la alegría y a sentirse parte de una experiencia.

Por otra parte, pongo el tema en el ámbito de las organizaciones porque a ellas dedicamos una buena parte de las horas de nuestra vida y porque en ellas desarrollamos una de las actividades que pueden ser más estimulantes o más alienadoras: el trabajo. Soy consciente, desde luego, que es tan solo un ámbito, uno entre muchos, pero si esa parte de nuestro todo que ocupa tantas horas es carente de significado (insignificante), estamos perdiendo un afluente importante del contexto que nos hace sentirnos plenos o, aún más, podemos vivirlo con sufrimiento.


Tal vez una cuestión previa sea la de definir que es felicidad y desde luego distinguirla del placer. Las palabras de Marcelo me llevaron a pensar en la loca carrera por el placer, siempre buscando en lugares diferentes, pero aceptando que hablamos de la construcción de un estado y no de un resultado ¿No será ese un estado “buscado”? ¿No hay “búsqueda” en aquello que queremos ser, o dónde queremos estar o en lo que queremos lograr?

Y hago estas preguntas porque tengo prejuicios sobre una cierta desafección, que imagino como un estado de neutralidad indiferente donde no hay sufrimiento, pero tampoco la experiencia de una forma plena de estar siendo y si me equivoco y esa forma plena es vivida ¿No la buscamos? ¿No será lógico y humano pretenderla?

Y en lo más importante Marcelo y yo estamos de acuerdo y es que somos felices en el “siendo” y no en el “seré” futuro, pero eso no es incompatible con un “siendo” que tenga una visión sobre quien quiere ser, como un continuo de quienes somos. Y mantengo que no sólo es incompatible, sino que profundiza la conexión con la plenitud y nos alienta.

A estas alturas corro el riesgo que estos párrafos sólo interesen a Marcelo y a mí, por eso vuelvo a la importancia de precisar de qué hablamos cuando hablamos de la felicidad.


En algún momento es “tener”, pronto nos damos cuenta que es insuficiente.

En algún momento es realización de nuestros proyectos, logro de nuestros objetivos, pronto también es insuficiente porque nos lleva a esa carrera loca.

En algún momento nos damos cuenta que tiene más que ver con la experiencia de aporte al mundo al que pertenecemos, de entrega valiosa, de ser mediadores para algo más importante, que tiene que ver con el SERVIR “porque servir es una cuestión del alma”.

Es esta una gran posibilidad del líder servidor, que se da a sí mismo la experiencia de aportar significativamente y crea el espacio para que las personas que trabajan en la organización se sientan más cercanos a encontrase en el camino de sus sueños humanos, no solo los materiales.


En esos sueños cabe la búsqueda del bien, la equidad, la economía de mercado, el trabajo bien hecho, el minuto que se vive, la conciencia del planeta que queremos dejar y la sonrisa de las personas que se reúnen cada día en torno a una tarea que aporta. Y no cabe el alineamiento y menos el desapego a la vida.
Por eso Marcelo y yo estamos de acuerdo en lo más profundo y yo sigo escribiendo estas columnas y él me sigue haciendo, después de tantos años, sus comentarios.

1 comentario:

  1. Estimado Juan,

    Veo tu columna y no puedo más que concordar con ambos... casi con un derroche de obsecuencia. Y creo que es porque el análisis en nuestros días es tan vertiginoso y dinámico como los días mismos. En este "Arte de dirigir" no es mentira que el orden de los factores puede alterar el producto, y ¡que bueno que así sea! porque el producto debe ser situacional. Hay días en que buscamos, otros que construimos, y así productividad primero, felicidad después y viceversa... el bendito (en el sentido más positivo de la palabra) viceversa del que están llenas nuestras horas de quienes tenemos cada día que enfrentar a un equipo que requiere ser dirigido.

    Hoy más que nunca estoy seguro de que el navegar en nuestro viceversa es uno de los mayores desafíos como directivos... porque ese navegar tiene de todo un poco y requiere de un gran sentido de alerta.

    Por lo que luego de estar "cómodamente" de acuerdo con ambos, me pregunto entonces... que debería hacer un directivo?, quien debería ser aquel que navega en estas aguas turbulentas? y ahí cierro mi propio círculo que se genera con tu artículo... y quizás con tus clases.

    La construcción del estado de felicidad no sólo puede, sino que debe comenzar con uno mismo... es la única forma de hablar desde sí, de generar el ejemplo necesario... Cuántas veces no nos encontramos con directivos que por ser los promotores de la felicidad de sus dirigidos olvidan su propia integridad disociando las partes de su propia vida, de su propio ser. Los seres humanos somos seres complejos, y el dirigir es un acto puramente humano.

    Por eso la invitación para los "colegas" es a mirar también como está su propia felicidad. Nuestra tradición y herencia cultural en Latam, nos empuja a ser mejores por la vía del propio martirio, eso es lo que debe ser cambiado. Qeu hacemos cada día para que la persona que sostiene al "lider" sea lo suficientemente feliz. Meditas? Corres? escribes? abrazas a tus hijos? pintas? escribes? lees? sudoku? no importa mientras lo sientas como parte de la construcción de tu propio bienestar.

    Nadie puede promover el bienestar de otros desde el propio sufrimiento. Estamos llamados a ser directivos, no mártires.

    Y cuando el bienestar, en el más amplio sentido de la palabra, se apodera de un equipo, nada malo puede salir de aquello.

    Un abrazo.

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