Hemos hablado
mucho en estas columnas sobre lo que hacemos o deberíamos hacer, sobre las
posibilidades que nos abre la acción, quiero referirme hoy al impacto de lo que
no hacemos. Quiero referirme a la omisión.
Uno de los principios de la Escuela de
Palo Alto dice que siempre estamos comunicando, incluso en el silencio.
Podríamos decir entonces que el silencio
es acción. Los músicos saben muy bien el valor del silencio en la melodía,
saben, por tanto, que el silencio es también música ¿Saben quienes dirigen
qué valor tiene lo que omiten, aquello
de lo que no se hacen cargo?
He
tenido últimamente varias conversaciones sobre la muerte en las que aparece la
importancia de lo no hecho. “Si fuese a morir mañana no me pesaría lo que hice,
me angustiaría lo que no he hecho, lo que no he dicho, las conversaciones que
omití, los sentimientos que no expresé, las horas que no dediqué a lo que
consideraba importante”.
Cuando no hacemos queda un espacio que
algo llena, que alguien usa, que una interpretación toma. Alguien distinto a
nosotros se hace cargo, alguien lo interpreta como una señal de falta de valor,
de dejación o de privilegio. Es decir algo pasa de lo que no somos
protagonistas, en donde el camino sigue un curso aunque nosotros creamos que al
omitir el mundo se detiene. Parece ser que no es así, que sólo sigue sin mí o
sigue sin lo que mi acción hubiera podido influir.
No quiero hacer una loa al protagonismo,
sé que hay omisiones deliberadas, renuncias para que otros tomen el testigo.
Una forma de empoderar a los otros (lo saben bien los padres con los hijos) es
dejar que el espacio lo tomen ellos.
Esa es una omisión querida, que en el
fondo tiene un proósito alineado con lo que pretendemos, es el silencio que
hace más bella la sinfonía.
Sin embargo, con frecuencia, la omisión
es la consecuencia de no asumir cabalmente nuestro rol, de no honrar la función
de dirección, del temor o de la desgana.
Se omite por falta de compromiso con el rol, por falta de claridad o por falta
de valentía. Entonces la omisión es un no-acto irresponsable del que, por
cierto y a nuestro pesar, somos responsables.
Los ciudadanos de países que han tenido
dictaduras que han vulnerado los derechos humanos, conocemos el dolor que en
algún momento nos sobreviene al darnos cuenta que al no involucrarnos fuimos
cómplices por miedo o porque no quisimos saber, porque fue más cómodo cerrar
los ojos.
Dirigir implica tener los ojos abiertos,
aumentar nuestra consciencia del ámbito en el que intervenimos y ello requiere
preguntarnos de qué estamos siendo cómplices con lo que no hacemos o no
declaramos, qué estamos postergando, qué consecuencias tiene nuestro abandono,
qué estamos provocando. Puede ser bueno o malo, pero tiene que ver con
nosotros.
Por eso por grande que sea el ala, por
tupido que sea su plumaje, la cabeza, envoltorio de esta esquiva mente humana,
quedará al descubierto y al abrir los ojos nos podremos encontrar con lo que
pudimos ser y no fuimos, con una huella que no querríamos reconocer como
nuestra.
Es un placer leer tus palabras Juan, alimenta la reflexión y el sentir también,
ResponderEliminarclaro, entre una nota y otra,entre un sonido y otro, ¿qué hay sino silencio?
Para los coach, qué importancia y valor aprender a escuchar los silencios, a menudo preñados de decires y sentires que se expresan por esa vía,
abrazo amistoso
Luciano