jueves, noviembre 19, 2015

El arte de soltar

En su libro “Suicidios ejemplares”, el escritor Enrique Vila Matas tiene un relato magistral titulado “El arte de desaparecer”,  ya otros autores han hablado del arte de la retirada, refiriéndose a salirse del protagonismo momentáneamente ejercido. Hoy hablamos mucho de otro arte: el de soltar. Dejar cosas que en otro momento nos fueron útiles, prepararse para la renovación.

Recientemente he seguido un programa de conexión con las propias emociones en el que uno de los requisitos era dejar de hacer tres cosas durante 40 días. Tres cosas que fueran una habitualidad para mi, algo que no fuera central o determinante en mi vida, es decir, en la vida que quiero vivir. Tres cosas que, al revés, tuviese bajo sospecha, algo así como pequeñas adicciones tóxicas. 

Dos de ellas me fueron asombrosamente fáciles, pero en una tercera me derroté a mi mismo varios días. No logré acostarme antes de las 12 de la noche como me proponía. La creencia de que hay que aprovechar las horas al máximo, que la vida es lo que nos pasa cuando estamos despiertos, que si no terminaba cierto trabajo el mundo se vería muy afectado, que son otros más débiles los que necesitan descanso, me venció la mitad de los días.

Las creencias son esas pertenencias intangibles que constituyen a quienes estamos siendo, que nos imponen ciertas reglas invisibles, que nos tienen agarrados, aunque pensemos que somos nosotros quienes las tenemos a ellas. Soltar, en este caso, tiene que ver con darles la espalda, con cultivar esa propuesta liberadora de “salir de la caja”. Y me refiero a la "caja" como ese conjunto de juicios que conforman nuestros paradigmas y que muestran que el saber (o al menos cierto saber) sí ocupa lugar porque nos impide que otros saberes, que no estén bajo la misma etiqueta paradigmática, nos parezcan lo suficientemente interesantes y los dejemos entrar.

Traigamos la caja tradicional de observación de las organizaciones y miremos, por ejemplo, aspectos como la necesidad imperiosa de mayor comunicación (es lo que sale en cualquier diagnóstico que hagamos) o la declaración de la importancia de funcionar y respetar  el ciclo de los compromisos,  considerando que es una pieza angular de nuestro desempeño y por ende de nuestros buenos resultados, del "éxito", de una buena identidad o del valor de una marca. Acusamos que no se cumplan los  compromisos a falta de voluntad o a una comunicación inefectiva. Ponemos toda la carga  en nuestra intención o en el dominio del lenguaje. Nos decepcionamos de que no se cumplan, sin saber  qué lo hizo fenecer tempranamente. ¿Su oportunidad, su dificultad, los medios para cumplirla? 

Muchas veces es más sencillo: no es el contenido, es la insuficiente calidad de la relación de quienes se comprometen y olvidamos que como ya se planteó en la Escuela de Palo Alto, en la comunicación hay dos aspectos fundamentales: el contenido y la relación y la segunda prevalece sobre el primero y lo determina. Tendemos a pensar que comunicarse es algo sencillo que está al alcance de cualquier niño, que hay recetas que podemos aplicar, además a trabajar no venimos a hacer relaciones sino a producir resultados. Mantenemos esto, a la vez que nos decepcionamos de los resultados buscando causas fuera de nosotros.



Lo que quiero decir es que en este tiempo de urgencias, de requerimientos de mayor eficiencia y productividad, es necesario soltar algunas creencias que nos lo impiden, salir de las cajas que nos atrapan. Es un problema de comunicación, sí, pero no del mensaje o de la correcta formulación de la promesa,  sino de la insuficiente relación para sostenerla, para que fluya y sea efectiva, para que lo que el otro me dice no deba traspasar tantos filtros, tantas sospechas, que finalmente lo que me llegue refleje pálidamente la intención que la inspiró. 

¿Por qué nos pasa? Porque al igual que a mi me cuesta acostarme antes de las 12 a pesar de proponérmelo y saber que puede ser bueno para mi salud, que puede darme mayor claridad al día siguiente, a otros (entre los que también me cuento) les cuesta salir de esa caja paradigmática que impide que un nuevo entendimiento nos permita avanzar en prácticas distintas. El arte de soltar tiene que ver con desaprender, con viajar ligeros de equipaje, más dispuestos a descubrir que a convencer. Y finalmente esa es la ganancia: descubrimos nuevos saberes, dejamos el espacio para los aprendizajes que la vida que estamos viviendo o el rol que ejercemos precisan. El nuevo observador que podemos ser está siempre más cerca de nosotros de lo que creemos, falta tener abiertos los miles de ojos que poseemos.

Puede ser, por esto, que una de las primeras cosas a soltar sea una forma de entender la eficiencia, que desconoce la necesidad de los seres humanos
de, efectivamente, ser humanos, de establecer vínculos, porque desde ellos la comunicación como una glándula se activa y logramos cosas que de otra forma nos están vedadas.


Soltar para estar más cerca, soltar para abrir, para que la vida no sea el resultado de nuestra acumulación, sino de nuestra apertura. Soltar para renovarnos y alzar un vuelo. Todo un arte. 

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