Uno
de mis primeros descubrimientos al empezar a ejercer el acompañamiento de
coaching fue esa manera de estar en el
mundo que podríamos llamar “centro estático de mesa”. Me refiero a esa
facilidad con la que los seres humanos nos situamos en la posición de que el
mundo nos observe y se acople a nuestra querencia sin que tengamos que hacer
otra cosa que estar.
Lo
peor es que no solo es un deseo sin consecuencias, sino que ante su no
cumplimiento nos surge una sensación de injusticia y con ella la emoción de la
rabia.
Ya
he descrito en otros artículos que hay suficientes motivos para la decepción.
En esto no difiero de muchos de los ciudadanos de la sociedad en la que vivo. Mi
disenso surge en el qué hacemos con esa decepción. Sé que la atracción de la
retirada es legítima aunque prefiera la atracción por la intervención, lo que
me resulta cada vez menos soportable es esa posición de quedarse en la mesa,
pero en la queja y el resentimiento.
El
resentimiento surge de la no aceptación de lo que nos sucedió en el pasado que
pasó (uso la redundancia a conciencia) o de lo que estamos viviendo en el
presente con disgusto y esperar que el universo o “alguien” nos restituya el
daño producido o que se está produciendo. Resentir implica volver a sentir, repetir
la imagen, volver al comienzo de la escena, quedarnos en un bucle sin acción.
De alguna forma lo percibo como una emoción inmadura.
Me
imagino que alguien ha ensuciado nuestros platos y ante el
espectáculo que
contemplamos al entrar al comedor de siempre, nos encolerizamos contra el
ensuciador, pero dejamos que la suciedad se pudra en vez de lavar los platos y
pedir reparaciones después.
Finalmente
quienes debemos soportar el olor de lo podrido, sus gérmenes y la imagen
antiestética e insana somos nosotros, aunque no seamos los responsables del
proceso de putrefacción. Algo así nos sucede con el inmovilismo ante la
sociedad que no nos gusta, pero que es la sociedad en la que vivimos y en la
que todos los que no se retiren de ella van a seguir viviendo. Comprendo la
decepción y el desacuerdo con las élites de uno y otro signo, que han capturado
el poder y manipulado los mecanismos de representación, pero quejarse sólo y
acusar significa quedarse en la primera etapa de un proceso que requiere de protagonismo
y esfuerzo.
Si
esas élites han capturado el poder, si han incumplido sus promesas, si han
abusado, si se ha apagado la luz que iluminó la estancia ¿Qué sería lógico que
hiciésemos? ¿Llorar como Boabdil ante la pérdida de Granada? ¿Revolverse para
conquistarlo? ¿Cambiar las bombillas y reparar los cables?
Finalmente
es cuestión de preguntarnos si la luz está fuera o está dentro y a quién vamos
a darle el poder para encenderla. Nos faltan conversaciones que despierten preguntas
contra la rendición; la queja es un estertor de quien ha decidido quedarse en
el suelo renunciando a su ciudadanía, rendido ante lo que se declara impotente.
Me
pregunto ¿Qué hará posible volver a enamorarse del espíritu ciudadano? Y las
respuestas que vislumbro tienen que ver con: Tomemos la palabra, recuperemos la
poesía, esa posibilidad que moviliza y regenera mundos. Y tal vez porque
escribo estas reflexiones desde España, algo más fuerte que yo me lleva a
terminar citando los versos que canté en mi adolescencia; pertenecen al poeta
Blas de Otero:
“Si he perdido la vida, el tiempo/ todo lo
que tiré como un anillo al agua/ si he segado las sombras en silencio/ me queda
la palabra”
Volveremos
a ser ciudadanos y no consumidores de las políticas de otros cuando recuperemos
la propuesta, la disposición a participar, la voz y la palabra.
Menos mal, que al quedarnos la palabra, se nos presentan nuevas esperanzas.
ResponderEliminarMe ha encantado tu reflexión
Menos mal que nos quedan las esperanzas más que las rabias y la desazón no cubre tanto espacio como el amor....gracias siempre Juan
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